De forma inusual, esta mañana me he levantado antes de lo normal. Anoche estuve a punto de tomarme un Myolastán para conciliar el sueño, pero finalmente no hizo falta, ya que decidí pasar parte de la noche en vela de nuevo. Hay amigos que dicen que no conciliar el sueño es sintomático de algun tipo de aflicción interna. Por mi parte, no se bien qué decir a ello.
También de forma insusual, me he encendido un cigarrillo nada más levantado. No es que sea un fumador empedernido, mi relación con el tabaco es de amor odio. A veces lo dejo y a veces lo agarro con tanta fuerza que el simple hecho de fumar se convierte en una catarsis que templa mi inquietud pero se va cargando el cuerpo. No sucede todos los días que me levante temprano habiendo dormido poco más de cuatro horas y que comience a fumar incluso antes de desayunar, pero suele coincidir que suceda en dias en los que miro atrás.
Se supone que a los veintisiete años uno ya va teniendo claros sus valores y sus inquietudes, los sueños se comienzan a materializar o, al menos, comienzan a ser tangibles en pequeñas formas. En mi caso, no hay sueños cumplidos ni ideas claras. Y, conste en acta, no es por no tenerlos, que todo el mundo tiene sueños. Es que mi vida pertenece a un mundo equivocado que se reproduce en las afónicas cuerdas vocales de un albañil, más allá de esta ventana, mientras canta el último tema de James Blunt sobre el andamio, y haciendo gala de un Esperanto que ni él sería capaz de reproducir dos veces seguidas.
El hecho de formar parte de un mundo equivocado no es cosa nueva ni tampoco son palabras mayores. Pero uno, conforme va creciendo no se da cuenta del momento en el que definitivamente cruza el umbral de la inocencia para entrar en la vorágine del hombre y en la que se hace gala del archifamoso “tanto tienes tanto vales”. ¿Cómo educar a mis hijos? –pienso ahora- ¿les lleno la cabeza de reyes magos, paz universal, Disneyland París y los siete enanitos, o les voy enseñando a que se las apañen sin mi ya desde su edad temprana? Al fin y al cabo, alguien ha de quitar la capucha a los condenados.
Y cuando me pregunten por qué no soy feliz, les podré decir que es imposible ser feliz en un mundo en el que mueren treinta y ocho mil personas de hambre al día. ¿Que si existen los reyes magos? No, hijo mio. Los reyes magos no existen, ¿Cómo podrían recorrer toda la superficie del planeta en tan solo una noche? Los reyes magos son, en todo caso, una excusa que nos recuerda que la gente de oriente no es tan mala. ¿Cómo nací yo? Hijo mio, no hay cigüeñas que vuelen desde París. Naciste fruto del deseo más pagano, cuando tu padre y tu madre más se amaban, el sexo sucio es el sexo mejor hecho.
Y el día de su décimo cumpleaños, justo en la edad en la que las ensoñaciones ya sólo forman parte del foro interno de cada uno, y en el que las amistades las substituyen, podré decirle: Eres un año más adulto, pero aún tienes tiempo para creer en fantasias. Ir avisándole poco a poco pero constantemente. Matando una inflancia desde el primer día.
¡Diós mio! ¿Quién me enseñó la verdadera cara del mundo? Lo importante no es ser feliz. Cualquiera puede comprar la felicidad a plazos, basta con ser constante y esforzarse un poco. Cualquier objetivo vale: comprar un coche, pintar la casa, abrir las ventanas una mañana de mayo y oler la fragancia de la primavera. Pasar una noche de verano en la playa, cogidos de las manos y mirándonos a los ojos para decirnos todos los secretos que nunca pudimos, o hacer una excursión al campo con una amiga, buscar cualquier excusa para meterle mano y, con suerte, hacer el amor bajo las estrellas. Lo importante en todo esto, es que ser feliz valga la pena.
En 27 años no ha cambiado nada. No sabría ni siquiera qué escribir en caso de que una amiga me propusiera que contara lo que significamos. No se me ocurriria ninguna historia, pero es que ¿habría palabras para esto? ¿Cómo resumir una amistad? ¿cómo decirle que en mi cuerpo hay también necesidades que a veces obvian la amistad? Hacia el vértigo dirigiría mis pasos si emprendiera la tarea, decirle que también la deseo a ella en su más completa posesión.
Yo no sé si estoy a la altura de las circunstancias, ni sé qué decir. Y sin embargo esto es lo que mejor se me daba, escribir y dudar. Toda la vida la estoy pasando escribiendo y dudando. Por eso es que mis valores no están claros aún ni mis sueños se cumplen, porque ejerzo demasiado esfuerzo en dudar. A veces pienso que en caso de que Diós existiera, aquello que realmente nos distanciaría es que mientras que a él le pertenece la gloria y la miseria, la verdad y la mentira, a nosotros nos pertenecería la duda. Será que Diós es tan grande o tan miserable que no se permite dudar, y es oficio del hombre el dudar. Y llegados a este punto, pienso que la debilidad del hombre reside en la duda, más que en la mortalidad.
Pero a menudo, no saber dudar es un problema considerable, porque se peca de ególatra, que es lo que les pasa a los políticos cuando quieren parecerse a Diós. Diametralmente opuestos tenemos a aquellos que suelen dudar demasiado, que se quedan a mitad camino de todo. Aquellos que hoy llamaríamos los antihéroes. Y en este puzzle de dos piezas, ¿dónde encajo yo? Supongo que la habilidad para saber invertir el tiempo dudando me dará la razón. Mientras tanto, intentaré ocuparme en aquello que siempre se me ha dado bien: Leer y borrar lo escrito, pues de ello me retracto ahora que comienzo a dudar de nuevo.