UN LLENÇOL PER EMBRUTAR. Salvador Iborra Mallol.

UN LLENÇOL PER EMBRUTAR.  Salvador Iborra Mallol.
Sense dubte un dels millors llibres de poesía que he llegit, un pilar base en la emergent nova literatura catalana. Un homenatge per al lector.

LA MADONNA

LA MADONNA
Munch

lunes, 24 de noviembre de 2008

JUAN GOYTISOLO, premio nacional de las letras.



Enhorabuena para Juan Goytisolo, maestro de la literatura, por este galardón. No deja de ser irónico que a sus 77 años éste sea el primer premio que se le otorga en nuestro país. Como algún intelectual ilustrado, cuyo nombre ahora no recuerdo, dijo: ¡Hay España, para usted no pasan los años! -este premio se lo tenían que haber dado hace muchos años-. Yo soy de los que piensa que si eventualmente algún escritor español gana el Nobel, Juan Goytisolo ocupará un lugar preferente en mis quinielas.


Gracias por tu literatura, espectacular como siempre.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

IN MEMORIAM

Desde la antigüedad, la gente ve en la Justicia una dicotomía: el bien que triunfa y el mal que se castiga.
Tenemos la dicha de haber llegado a una época en la que no es que el bien triunfe, pero en la que no siempre se le persigue con perros. Al apaleado, al enclenque, ahora le está permitido entrar con sus andrajos, sentarse en un rincón, aunque sin abrir la boca.
Y nadie se atreve a nombrar el mal. Sí, estuvieron abusando del bien, pero no hubo mal. Sí, unos cuantos millones rodaron por el talud, pero no hay culpables. Y si alguien se atreve a piar: “entonces, qué pasa con los que…”, desde todas partes surge en son de reproche, y al principio en tono amistoso: “Bueno, camaradas: ¡¿Dejemos de hurgar en las viejas heridas?! Pero después con una estaca: “A callar supervivientes, con lo bien que estabais presos!”
Pues bien. En Alemania Occidental, en 1966, fueron condenados OCHENTA Y SEIS MIL criminales nazis. Nos empapuzamos , no escatimamos páginas ni horas de emisión para eso, y después del trabajo aún nos quedamos a un mitin para votar: ¡ES POCO! ¡86.000 es poco! ¡Y 20 años también son pocos! ¡Que sigan!
Y en nuestro país condenaron (según afirma el Colegio Militar del Tribunal Supremo) a unas DIEZ PERSONAS.
Lo que ocurre más allá del Oder y del Rin eso nos duele. Pero lo que ocurre en los alrededores de Moscú y de Sochi tras unas vallas verdes, o que los asesinos de nuestros maridos y nuestros padres caminen por nuestras calles y les cedamos el paso, eso no nos duele, no nos preocupa, eso es “remover el pasado”.
Pero si traducimos a nuestra escala esos 86.000 alemanes occidentales, ¡para nuestro país resultaría un CUARTO DE MILLÓN!
Pero en un cuarto de siglo no hemos dado con ninguno de ellos, no les hemos citado a ninguno a juicio, nos da miedo hurgar en sus heridas. Y como símbolo de todos ellos, en la calle Granovsky, número 3, vive Molotov, engreído, obtuso, que hasta hoy no ha cambiado de opinión, todo él empapado en nuestra sangre; atraviesa notablemente la acera para meterse en un automóvil largo y ancho.
Es un acertijo que los contemporáneos no lograremos adivinar: ¿POR QUÉ a Alemanua le es dado castigar a sus malvados y a Rusia no le es dado? ¿Qué camino funesto nos espera si no podemos sacudirnos esa inmundicia que se pudre en nuestro cuerpo? ¿Qué puede enseñar Rusia al mundo?
En los procesos judiciales alemanes se observa, acá y allá, un fenómeno asombroso: el condenado se echa las manos a la cabeza, renuncia a la defensa y no pide nada más al Tribunal. Dice que la lista de sus crímenes, revivida y proyectada ante él de nuevo, le llena de asco y no quiere seguir viviendo.
Ésta es la mayor victoria de un Tribunal: cuando el delito está tan condenado, que hasta el propio delincuente se asusta.
Un país que ochenta y seis mil veces condenó el mal desde la mesa del juez (y lo condenó irrevocablemente en los libros y entre la juventud), año tras año, peldaño tras peldaño, se depura de él.
¿Qué hemos de hacer nosotros…? Llegará un día en que nuestros descendientes darán a algunas de nuestras generaciones el nombre de “generación de los calzonazos”: primero, millones de nosotros permitimos dócilmente que nos azotaran y luego mimamos a los asesinos en su vejez feliz.
¿Qué hacer si la gran tradición de la penitencia rusa se les antoja incomprensible y ridícula? ¿Qué hacer si su miedo cerval a soportar la centésima parte de lo que hicieron a otros es más fuerte en ellos que el afán de justicia? ¿Si, en codicioso manojo, se aferran a una cosecha de bienes abandonada con la sangre de los muertos?
Cierto que los que movían la picadora de carne en 1937 ya no son jóvenes, pues estarán entre los cincuenta y los ochenta años, o sea, que la mejor parte de su vida la pasaron sin escasez, en la abundancia, con todo confort, por lo cual ha pasado mucho tiempoy ya no se les puede aplicar una venganza equivalente.
Pero aunque seamos generosos, no los fusilemos; no los atiborremos de agua salada; no los “encerremos” con miles de chinches; no los sometamos al tormento del potro; no los mantengamos firmes sin dormir durante semanas, no les asestemos patadas, ni porrazos, ni les apretemos la cabeza con aros de hierro, ni los empotremos en la celda como si fuesen maletas, poniéndolos a unos encima de otros, aunque no hagamos nada de lo que ellos han hecho. ¡Pero ante nuestro país y ante nuestros hijos estamos obligados a BUSCARLOS A TODOS y A JUZGARLOS A TODOS! Juzgarlos no tanto a ellos omo sus crímenes. Lograr que cada uno de ellos diga por lo menos en voz alta:
-Sí, soy un verdugo y un asesino.
Y si eso se pronunciara en nuestro país SÓLO un cuarto de millón de veces (en proporción, para no ser menos que Alemania Occidental), ¿no habría sido bastante?
En el siglo XX ya no se puede, durante decenios, hacer como que no se distingue entre la bestialidad condenable y lo “viejo” que es mejor “no menearlo”.
Debemos condenar públicamente la IDEA misma de que unos hombres puedan castigar cruelmente a otros. Cuando callamos el mal, lo metemos en el cuerpo para que no asome: lo estamos SEMBRANDO, y mil veces volverá a brotar en el futuro. Si no castigamos y ni siquiera censuramos a los malvados, estamos haciendo algo más que cuidar su miserable vejez: estamos socavando por debajo de las generaciones futuras todas las bases de la Justicia. Por eso crecen “indiferentes”, no por la “débil labor educacional”. Los jóvenes asimilan que la vileza jamás se castiga en la tierra, que ayuda a prosperar.
¡Qué incómodo y qué terrible sería vivir en un país así!

ALEXANDR SOLJENITSIN. ARCHIPIÉLAGO GULAG. Pag. 140-141.

Y digo yo, ¿por qué en este país existe la ley no escrita de que todo lo pasado es mejor no removerlo? Es decir, yo nací en 1980, soy de las primeras generaciones democráticas, no conocí la vergüenza ni los paredones, la humillación y el hambre. Pero me doy cuenta de que en los temas de más consideración se hizo lo de siempre, como si de un fast food fuera el pasado se tragó y se cagó, sin digerirlo. Desde ese momento todo se edificó con cimientos resbaladizos: Desde la ley de amnistia de 1977 (que la ONU ha recomendado derogar), o lo que sería lo mismo; la ley del perdón de los vencedores, hasta el pacto constitucional por el que el socialismo español renunciaba al marxismo y a la república y la derecha, por su parte, renunciaba a una eventual dictadura. Es mi opinión, y hablo por mí mismo, que la transición fue otro telón de acero, esta vez hacia el pasado, através del cual nada pudiera traspasar el humbral de todo aquello que las generaciones anteriores se vieron obligadas a callar. Y no hablo ya de los fusilados ni de los desaparecidos (que no es poco), hablo de las familias que no pudieron levantar cabeza por la represión y por la fama de “rojos”, hablo por los campos de concentración como el de Albatera, y también hablo, cómo no, de los centenares de miles de exiliados que nunca pudieron volver. Hasta que no haya una condena unánime de la dictadura y no se deje enterrar a los muertos donde sus familias deseen, hasta que la conferencia episcopal no muestre reticencias a entregar las listas de los desaparecidos, no habremos aprendido nada del pasado.