UN LLENÇOL PER EMBRUTAR. Salvador Iborra Mallol.

UN LLENÇOL PER EMBRUTAR.  Salvador Iborra Mallol.
Sense dubte un dels millors llibres de poesía que he llegit, un pilar base en la emergent nova literatura catalana. Un homenatge per al lector.

LA MADONNA

LA MADONNA
Munch

jueves, 18 de diciembre de 2008

Pensando mientras veo mi blog....

La verdad es que sí. La Creedence Clearwater Revival y un buen porrito de Marihuana te hacen tocar el cielo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

PAST IMPERFECT

Tú, que lanzabas flores a los muertos
Y viviste con ojos desfallecidos.
Observa la noche suave y fría que bautiza lágrimas
Y nos enseña cómo amar, engullidos en un océano.

Tiempo después la vida siempre es breve,
Tanto que hay momentos en los que asusta vivir.

Recuerdo que fui yo quien se fue, no tú.
Ni siquiera la palabra adiós
se poblaba en tus labios.
Recorrí cientos de pasillos,
noches en vela, alejándome de ti.
Y el espejo me decía con ironía
que aquello era la realidad.
Me estuve yendo noches y noches, cada vez más,
entre sirenas y goteros, abrazos y silencio.

Me dijeron que te fuiste, pero yo sabía que, más bien,
Mi vida se impuso a tu muerte.

Hoy es invierno

Y la vida duele

Como suelen doler los inviernos.

lunes, 24 de noviembre de 2008

JUAN GOYTISOLO, premio nacional de las letras.



Enhorabuena para Juan Goytisolo, maestro de la literatura, por este galardón. No deja de ser irónico que a sus 77 años éste sea el primer premio que se le otorga en nuestro país. Como algún intelectual ilustrado, cuyo nombre ahora no recuerdo, dijo: ¡Hay España, para usted no pasan los años! -este premio se lo tenían que haber dado hace muchos años-. Yo soy de los que piensa que si eventualmente algún escritor español gana el Nobel, Juan Goytisolo ocupará un lugar preferente en mis quinielas.


Gracias por tu literatura, espectacular como siempre.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

IN MEMORIAM

Desde la antigüedad, la gente ve en la Justicia una dicotomía: el bien que triunfa y el mal que se castiga.
Tenemos la dicha de haber llegado a una época en la que no es que el bien triunfe, pero en la que no siempre se le persigue con perros. Al apaleado, al enclenque, ahora le está permitido entrar con sus andrajos, sentarse en un rincón, aunque sin abrir la boca.
Y nadie se atreve a nombrar el mal. Sí, estuvieron abusando del bien, pero no hubo mal. Sí, unos cuantos millones rodaron por el talud, pero no hay culpables. Y si alguien se atreve a piar: “entonces, qué pasa con los que…”, desde todas partes surge en son de reproche, y al principio en tono amistoso: “Bueno, camaradas: ¡¿Dejemos de hurgar en las viejas heridas?! Pero después con una estaca: “A callar supervivientes, con lo bien que estabais presos!”
Pues bien. En Alemania Occidental, en 1966, fueron condenados OCHENTA Y SEIS MIL criminales nazis. Nos empapuzamos , no escatimamos páginas ni horas de emisión para eso, y después del trabajo aún nos quedamos a un mitin para votar: ¡ES POCO! ¡86.000 es poco! ¡Y 20 años también son pocos! ¡Que sigan!
Y en nuestro país condenaron (según afirma el Colegio Militar del Tribunal Supremo) a unas DIEZ PERSONAS.
Lo que ocurre más allá del Oder y del Rin eso nos duele. Pero lo que ocurre en los alrededores de Moscú y de Sochi tras unas vallas verdes, o que los asesinos de nuestros maridos y nuestros padres caminen por nuestras calles y les cedamos el paso, eso no nos duele, no nos preocupa, eso es “remover el pasado”.
Pero si traducimos a nuestra escala esos 86.000 alemanes occidentales, ¡para nuestro país resultaría un CUARTO DE MILLÓN!
Pero en un cuarto de siglo no hemos dado con ninguno de ellos, no les hemos citado a ninguno a juicio, nos da miedo hurgar en sus heridas. Y como símbolo de todos ellos, en la calle Granovsky, número 3, vive Molotov, engreído, obtuso, que hasta hoy no ha cambiado de opinión, todo él empapado en nuestra sangre; atraviesa notablemente la acera para meterse en un automóvil largo y ancho.
Es un acertijo que los contemporáneos no lograremos adivinar: ¿POR QUÉ a Alemanua le es dado castigar a sus malvados y a Rusia no le es dado? ¿Qué camino funesto nos espera si no podemos sacudirnos esa inmundicia que se pudre en nuestro cuerpo? ¿Qué puede enseñar Rusia al mundo?
En los procesos judiciales alemanes se observa, acá y allá, un fenómeno asombroso: el condenado se echa las manos a la cabeza, renuncia a la defensa y no pide nada más al Tribunal. Dice que la lista de sus crímenes, revivida y proyectada ante él de nuevo, le llena de asco y no quiere seguir viviendo.
Ésta es la mayor victoria de un Tribunal: cuando el delito está tan condenado, que hasta el propio delincuente se asusta.
Un país que ochenta y seis mil veces condenó el mal desde la mesa del juez (y lo condenó irrevocablemente en los libros y entre la juventud), año tras año, peldaño tras peldaño, se depura de él.
¿Qué hemos de hacer nosotros…? Llegará un día en que nuestros descendientes darán a algunas de nuestras generaciones el nombre de “generación de los calzonazos”: primero, millones de nosotros permitimos dócilmente que nos azotaran y luego mimamos a los asesinos en su vejez feliz.
¿Qué hacer si la gran tradición de la penitencia rusa se les antoja incomprensible y ridícula? ¿Qué hacer si su miedo cerval a soportar la centésima parte de lo que hicieron a otros es más fuerte en ellos que el afán de justicia? ¿Si, en codicioso manojo, se aferran a una cosecha de bienes abandonada con la sangre de los muertos?
Cierto que los que movían la picadora de carne en 1937 ya no son jóvenes, pues estarán entre los cincuenta y los ochenta años, o sea, que la mejor parte de su vida la pasaron sin escasez, en la abundancia, con todo confort, por lo cual ha pasado mucho tiempoy ya no se les puede aplicar una venganza equivalente.
Pero aunque seamos generosos, no los fusilemos; no los atiborremos de agua salada; no los “encerremos” con miles de chinches; no los sometamos al tormento del potro; no los mantengamos firmes sin dormir durante semanas, no les asestemos patadas, ni porrazos, ni les apretemos la cabeza con aros de hierro, ni los empotremos en la celda como si fuesen maletas, poniéndolos a unos encima de otros, aunque no hagamos nada de lo que ellos han hecho. ¡Pero ante nuestro país y ante nuestros hijos estamos obligados a BUSCARLOS A TODOS y A JUZGARLOS A TODOS! Juzgarlos no tanto a ellos omo sus crímenes. Lograr que cada uno de ellos diga por lo menos en voz alta:
-Sí, soy un verdugo y un asesino.
Y si eso se pronunciara en nuestro país SÓLO un cuarto de millón de veces (en proporción, para no ser menos que Alemania Occidental), ¿no habría sido bastante?
En el siglo XX ya no se puede, durante decenios, hacer como que no se distingue entre la bestialidad condenable y lo “viejo” que es mejor “no menearlo”.
Debemos condenar públicamente la IDEA misma de que unos hombres puedan castigar cruelmente a otros. Cuando callamos el mal, lo metemos en el cuerpo para que no asome: lo estamos SEMBRANDO, y mil veces volverá a brotar en el futuro. Si no castigamos y ni siquiera censuramos a los malvados, estamos haciendo algo más que cuidar su miserable vejez: estamos socavando por debajo de las generaciones futuras todas las bases de la Justicia. Por eso crecen “indiferentes”, no por la “débil labor educacional”. Los jóvenes asimilan que la vileza jamás se castiga en la tierra, que ayuda a prosperar.
¡Qué incómodo y qué terrible sería vivir en un país así!

ALEXANDR SOLJENITSIN. ARCHIPIÉLAGO GULAG. Pag. 140-141.

Y digo yo, ¿por qué en este país existe la ley no escrita de que todo lo pasado es mejor no removerlo? Es decir, yo nací en 1980, soy de las primeras generaciones democráticas, no conocí la vergüenza ni los paredones, la humillación y el hambre. Pero me doy cuenta de que en los temas de más consideración se hizo lo de siempre, como si de un fast food fuera el pasado se tragó y se cagó, sin digerirlo. Desde ese momento todo se edificó con cimientos resbaladizos: Desde la ley de amnistia de 1977 (que la ONU ha recomendado derogar), o lo que sería lo mismo; la ley del perdón de los vencedores, hasta el pacto constitucional por el que el socialismo español renunciaba al marxismo y a la república y la derecha, por su parte, renunciaba a una eventual dictadura. Es mi opinión, y hablo por mí mismo, que la transición fue otro telón de acero, esta vez hacia el pasado, através del cual nada pudiera traspasar el humbral de todo aquello que las generaciones anteriores se vieron obligadas a callar. Y no hablo ya de los fusilados ni de los desaparecidos (que no es poco), hablo de las familias que no pudieron levantar cabeza por la represión y por la fama de “rojos”, hablo por los campos de concentración como el de Albatera, y también hablo, cómo no, de los centenares de miles de exiliados que nunca pudieron volver. Hasta que no haya una condena unánime de la dictadura y no se deje enterrar a los muertos donde sus familias deseen, hasta que la conferencia episcopal no muestre reticencias a entregar las listas de los desaparecidos, no habremos aprendido nada del pasado.

lunes, 13 de octubre de 2008

Jocs de mans, jocs de l'ànima.


De vegades les històries ens venen contades de maneres extranyes i obscures. Recorde que a mi em feien por les titelles quan era un nen i ens feien anar de tant en tant a la sala Escalante
i ens tancaven amb elles per a que ens contaren històries. Llavors la realitat es circunscrivia a la obscuritat de la sala i a les històries que es contaven allà.
La història de la ballarina que no pot ballar més perquè se li ha trencat la cama i es transforma en papallona es una manera preciosa de contar una altra història amagada, és contar l'alegoria d'una pèrduda desconeguda però assumida com a pròpia. Seré més clar, és la única manera de fer teua la tragèdia i l'alegria d'un altre, fer art en certa manera és fer justicia. Tot açò ho dic per una seqüència preciosa de la película La doble vida de Verònica o Le double vie de Veronique dirigida pel mestre Krzysztof Kieslovsky. I també ho dic perquè al vore la película, concretament la seqüència de la que estem parlant, ha sigut com tornar al Teatre Escalante quinze anys enrere i poder conectar amb una part del passat que estava tancada irremediablement. D'alguna extranya forma he accedit a la memòria a través d'una seqüència d'imatges: i és quan l'art adquireix el sentit que ha de tenir.
He escoltat la eterna pregunta una i altra vegada, per a què serveix l'art? i hi ha gent que se'n vanagloria de no entendre l'art. Què fer, amics, no podem fer res, sols disfrutar del art sense saber molt bé la seva funcionalitat: com el joc de mans del artista que maneja les titelles sempre hi ha parts de nosaltres que eixen a la llum i parts que no ho fan, la extranya anatomia del art no deixa lloc a la llum d'una sentència del tipus L'art treballa l'anima. No cal, amics, defendre allò que no s'ha d'ofendre. Si em pregunten directament per a què serveix l'art diré que la pregunta manca de sentit, cau en la indecibilidad derridiana, no exigisques funció a alló que no ho té o correràs el perill de pareixer babau. O tal vegada el mire, dibuixe un somriure i li diga que per a res, que no serveix per a res, sols per a trobar parts d'ú mateix perdudes a algún estrat de la memòria, que ja és prou.
Si voleu vore la seqüència (i escoltar la increible música de Zbigniew Preisner) ací teniu l'enllaç. Però recomane la película. http://www.youtube.com/watch?v=TEVlDb43v-4

jueves, 2 de octubre de 2008

MORT D'UN GÀNGSTER.

He mort.
Les meves mans, abans fortes i fermes,
ara es veuen feixugues.
Mireu els meus ulls esvaïts i errants
com l’imperi de la foscor.
He mort perquè el silenci
és la presència de l’absència.
Jac estés,
cobert per un llençol sanguinolenc, a la morgue,
amb un somriure lasciu gravat per a l’eternitat
com una jocosa broma atemporal.

Es aquest el preu d’haver viscut matant,
bé que ho sé. Els òssos buscant la llum,
la contranatura asetjant les formes que em feren viu,
com asetja el vent en la nit polint la pedra.
Desfigurant-la, tal i com es desfigura la memòria
fins que la pròpia nit s’haurà esvaït.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Animaladas

Y de repente salgo a la calle, miro a ambos lados. La vida es palimpsesto de otras vidas, la mia propia, la tuya, la de aquel anormal que baja con sus amigos mal vestidos por la avenida: Pues mi profesora de inglés es medio nativa... ¿y qué coño es eso? pues que su padre es inglés y su madre de Madrid. Y cruzo, miro a ambos lados, arriba y abajo, siempre al revés. La rutina de cruzar te hace cruzar ya sin pensar, ¿sabes? Son como esas tortugas que siempre dejan sus putos huevos en la arena y luego los abandonan zambulléndose lentamente en el mar, en su libertad, y cada ciclo igual. No como aquellos salmones que dejan la vida en lo alto del río para dejar sus huevos y luego morir exaustos. Bueno, eso es una buena forma de morir, animalísticamente correcta. No podría decir "políticamente correcta" porque en el reino animal no hay más ley que la ley vegetal. ¿Ah sí? Bueno, eso es lo que pienso yo. Ellos, las tortugas y los salmones, tienen las directrices de la vida bien marcadas y bien diferenciadas: Mientras ellas, las tortugas, se alejan de su descendencia y les importa nada que cualquier reptil se los coma, se van tan frescas a viajar por grandes espacios marinos. En cambio los salmones se despanzurran vivos por dejar sus huevos.

Las mariposas saben que van a morir, por eso nunca se posan en tierra. Una vez sus alas están corrompidas por ese valioso sentido llamado tacto, por el tacto humano, ya no pueden levantar el vuelo. Mi vida es igual de impredecible que las de las mariposas. Y pienso y pienso... Y sigo pensando en que los muñequitos del semáforo son jodidamente vulgares y antipáticos. Mi vida es como la de una mariposa, pero sin alas: Si yo tuviera alas, estarían más sobadas que las piernas de una puta. Y entonces no levantaría el vuelo, y no podría soportar la ausencia porque no podría volar por encima de ella cagándome en su sombra como las palomas. Y entonces, sí, y entonces, yo no me alejaría de este texto, me quedaría mirando cada letra que escribo, sintiéndome agónicamente dentro. Tampoco es lo mismo irse que marcharse. Mientras que el que se va mira enfrente, el que se marcha tiene el alma y la vista vuelta del revés, pensando el pasado, recreándolo. No es lo mismo... Y cierro los ojos y quiero terminar de escribir. Sólo por hoy, que mañana habrá más.

Bona nit.

martes, 5 de agosto de 2008

COSAS QUE HAY QUE LEER.

La muerte de Ezra Pound: A treinta años del fallecimiento del poeta norteamericano, el escritor chileno Miguel Serrano recuerda un emotivo acto celebrado en su memoria en Medinaceli, España. Por Miguel Serrano

Ezra Pound murió en Venecia el 2 de noviembre de 1972, menos de cinco meses después de nuestra entrevista. Me encontraba en España, recorriendo esa dura y antigua tierra. Había visitado Ronda, en el sur, la ciudad sobre el abismo, donde Rilke viviera por un tiempo. Estuve leyendo sus cartas en el pequeño museo que los españoles le han dedicado en el hotel que habitara. Sus cartas de amor a Lou Salomé, también amada e inspiradora de Nietzsche. Reflexionaba que los españoles han rendido homenaje a este poeta universal, que pisara por breve tiempo su suelo lleno de historia y de leyenda. Seguí luego hacia el norte, a una ciudad pequeñita, cercana a Madrid, Medinaceli, donde el Cid buscara refugio en el destierro, ciudad de piedras y ruinas, romana y visigoda, pesada de misterio ibérico, quizá céltico, druídico. Está empinada sobre una colina y mira a un mar seco, árido, de olas parduscas, amarillas, lunares, como la visión de un planeta muerto. A veces, en el horizonte lejano, aparece un árbol solitario, colocado allí por la belleza, por ese alguien que se goza en ordenar el paisaje de Castilla para luego contemplarlo desde la cumbre de Medinaceli, a través del viejo Arco Romano, resto de una antigua fortaleza.
..... Me enteré de la muerte de Ezra Pound en Madrid, en los periódicos. Los españoles le rendian sentido homenaje. Eugenio Montes refería el entierro en Venecia, donde me transportaba con la imaginación nuevamente, hasta su casita de la calle Querini, viéndole ahora ir en su último viaje en góndola oscura, por los canales, hasta el cementerio de la isla de Saint Michele. El periodista Eugenio Montes contaba que en la última entrevista que tuvo con el poeta -hace muchos años, seguramente-, éste le había preguntado: "¿Cantan aún los gallos del Cid al amanecer en Medinaceli?". Y agregaba que Pound había visitado Medinaceli en 1906, siguiendo la ruta del Cid. Pound amaba el poema del Cid, que consideraba superior aun a la Canción de Rolando. Había viajado a España para rehacer el antiguo camino del "Campeador". De este modo había llegado a ese misterioso pueblito de las alturas, que se conserva como en el medioevo.
..... De nuevo me encontraba en un cuarto de hotel, en Madrid ahora. Era de noche y quise continuar el diálogo, interrumpido en otra noce de Venecia, con el fantasma de mi amigo, ya desprendido en definitiva. Y el fantasma vino y se sentó en una silla, no sé dónde, de seguro no allí en ese cuarto de hotel, y se puso a hablar, a hablar, como no lo haría hace tanto tiempo. Estaba otra vez joven y recitaba poemas cósmicos, decía cosas inmortales, bellas, inmensas, como la ciudad de Venecia, como el paisaje de Castilla, como las montañas de la Luna. Yo escuchaba y olvidaba. Porque todo eso se olvida, y no se debe recordar. Un monumento en Medinaceli
..... Días después volví a Medinaceli. Me enteré que allí vivía un chileno, el profesor Fernando de Toro Garland. Conversamos. Me habló también del artículo de Eugenio Montes y de las palabras de Pound sobre los gallos del Cid. Se le había ocurrido la idea de sugerir a las autoridades españolas erigir un monumento a Pound en Medinaceli, que registrara esa frase y el paso por allí del gran poeta americano al comienzo del siglo. Le animé en su empeño. Desde ese momento estuvimos en contacto personal o por carta. Seguí así todas las vicisitudes de sus esfuerzos. Las autoridades españolas del pueblo y varios amigos de Madrid colaboraron con entusiasmo. Labradores, picapedreros con sus mulas, transportaron una enorme piedra de los montes celtíberos, descascarada por los milenios, a través de las nieves del crudo invierno. Herreros del medioevo forjaron letras simples y antiguas para ser enclavadas en la piedra, con la frase de Pound: "¿Cantan todavía los gallos del Cid al amanecer en Medinaceli?".
..... Se eligió la más bella plaza de la ciudad de las alturas (Medina en árabe significa ciudad; celi es cielo), y, allí bajo un árbol añoso, se enclavó la piedra. Será también una fuente, porque el agua correrá por su arrugada y resquebrajada superficie. Esa piedra es como el rostro de Pound en sus últimos años. Se eligió el día 15 de mayo de 1973, día de San Isidro y de los festivales de la ciudad, para la inauguración del monumento. Me encargué de que Olga Rudge, la compañera de Ezra Pound, pudiera ir. Olga tenía setenta y ocho años y no iba a parte alguna. Pero fue a Medinaceli.
..... Vinieron ese día poetas jóvenes españoles desde Madrid, con Jaime Ferrán, traductor de Pound. Se hallaban presentes en Medinaceli también algunos norteamericanos y pintores que allí viven. Y todo el pueblo vestido de día de fiesta, con sus trajes cuidados, con sus boinas, sus bastones de pastores, sus bordones de peregrinos de las alturas, sus rostros nobles, de roca castellana, sus hijos, sus nietos, que ya parten a las grandes urbes de la planicie, ciudades sin poesía. Todos estaban allí para rendir homenaje a ese poeta de otras tierras, de otros mundos, que ellos nunca conocieron, que no leyeron -porque muchos no saben leer-, pero que conocen desde dentro, con su alma de roca, que se parece al rostro del poeta muerto, del poeta ecuménico. Se encontraban allí los perros y las mulas que acompañaron y trajeron la piedra, estaba el herrero, el cura, el guardia civil, y el vino y el agua y el pan, la yerba y los pájaros de Medinaceli, de la Vieja Castilla. También estaban los gallos del Cid y Pound. De esos dos guerreros desaparecidos. Los signos celestes
..... El día anterior supe que debía hablar en el homenaje; Olga Rudge quería que yo dijera algo en ese momento. ¿Qué cosa? ¿Qué decir que pudiera parecerse al silencio de Pound y de la Ciudad de Cielo? De amanecida me fui a caminar por las calles de la ciudad muerta, entre ruinas. Llegué a la plazuela del monumento y me senté bajo el árbol, junto a la roca. Llevaba conmigo un libro recién publicado en Barcelona por la Editorial Barral: Introducción a Ezra Pound, con traducciones y comentarios de Carmen R. De Velasco y Jaime Ferrán. Lo abrí y leí:
"La piedra bajo el olmo
tomando forma ahora
curva la piedra en su borde
la piedra que en el aire toma forma..."
.... Era el canto XC. Me detuve perplejo. Pero... ¡aquí está la piedra y, precisamente, éste es un olmo! Nadie lo había pensado antes, nadie lo supo. Esto se hizo solo. Pero... ¿se hizo en verdad solo? Recordé la frase de Nietzsche: "Las cosas vienen a nosotros deseosas de transformarse en símbolos". Y Rilke: "¿Qué otra cosa quieres tú, mundo, sino transformarte en invisible dentro de nosotros?".
..... O bien, los sueños se hacen visibles fuera de nosotros... Esto es lo que Jung llamó "sincronismo", "coincidencias", "fenómenos acausables", y Nietzsche, "azares llenos de sentido". Puro "sentido", pura "magia", puro milagro, en verdad, todo y nada. ¿Quién dirige esto? ¿Quién lo ha ordenado? ¿Acaso el mismo Pound? ¿O ese Ser que compone el paisaje, según el más alto sentido de la belleza, que hace crecer allí un árbol en el horizonte de Castilla, para que pueda ser contemplado desde la altura a través de un arco de piedra en ruinas? Ese Ser, emocionado, "tocado" por la belleza o la profundidad de los pensamientos, de los sueños, de los versos de un hijo del cielo y de la tierra, quiere así manifestarse cuando él vuelve a su seno. ("La naturaleza imita el arte"). Tal vez sea la misma tierra, la Madre Tierra, el Espíritu de la Tierra. Cuando Jung murió, estalló una tormenta inesperada en esa época del año y un rayo cayó sobre el árbol bajo el cual se sentaba, marcándolo para siempre. Cuando Ezra Pound murió, las cosas, la roca, el árbol, la naturaleza, recitaron un poema suyo, se ordenaron como uno de sus versos:
"La piedra bajo el olmo...".
..... Y aún más:
"Ha penetrado el árbol en mis manos,
la savia por mis brazos ha ascendido
el árbol en mi pecho se hizo grande,
hacia abajo,
salen de mí las ramas como brazos.
Árbol eres,
musgo eres,
eres violeta que acaricia el viento...
Mueren los árboles y el sueño permanece".
..... En la tarde del día del homenaje, en presencia de todo el pueblo, como he dicho, también de la heroica compañera de Pound, se descorrió la bandera de España que cubría el monumento, el "rostro", la "piedra bajo el olmo". Y, entonces, en el olmo cantó un mirlo. Y el pueblo comentó el suceso y lo seguirá comentando por mucho tiempo, porque los habitantes de esas viejas ciudades en ruinas, de los pueblos de antaño, son como los griegos de la leyenda, como los celtas y los druidas, descubren en el canto de un pájaro, en un día de auspicios, un echo digno de ser interpretado y que llena así sus vidas hasta la muerte.
..... ¿Qué más puede desear un gran poeta que sus poemas sean recitados por las cosas? ¿Qué más puede desear que un mirlo cante en su homenaje? ¿Qué prueba mayor puede darse de que un hombre es grande, de que un poeta lo es, que el cielo, o la naturaleza, se manifiesten así para confirmarlo?
..... Aún canta un mirlo en Medinaceli. Y canta por Ezra Pound.
Miguel Serrano, revista Libros, El Mercurio. Chile, Sábado 2 Noviembre, 2002.

martes, 29 de julio de 2008

EZRA POUND.


I pensar que jo volia escriure com aquest home.... Tota la poesia està en deute amb ell. Parlaria d'aquest home, però aixó ho deixe en mans del especialistes. Ací us deixe un enllaç http://amediavoz.com/pound.htm per a qui vullga llegir poemes d'Ezra Pound. Les traduccios no són perfectes però tampoc són catastròfiques (excepte un parell que he llegit i m'ha entrat un poc de malestar!!). De totes totes, recomane llegir la versió original (hi ha, de segur). Ací deixe un poema que m'he molestat en traduïr (sí, ja ho sé, no és perfecta... però mira, aquest poema que és dels que més m'agrada no estava a cap pàgina web, així que preneu-ho com un regalet).


Una forta abraçada per a tothom.



LAMENTO DEL GUARDIÁN DE LA FRONTERA


Sobre el portal del norte el viento sopla lleno de arena,
solitario desde el principio del tiempo hasta ahora!
Los árboles caen, y la hierba amarillea con el otoño.
Escalo las torres y torres
para observar la tierra de los bárbaros:
Un desolado castillo, el cielo, el ancho desierto.
No queda siquiera un muro en pie en este poblado.
Huesos blancos por miles de escarchas,
altas pilas, cubiertas de árboles y hierbajos;
¿Quién trajo todo esto para olvidarlo?
¿Quién ha traído la enardecida cólera imperial?
¿Quién ha traído el ejército con sus tambores y timbales?
Bárbaros reyes.
Una encantadora primavera transformada en un otoño ávido de sangre,
una confusión de guerreros esparcidos en la mitad del reino,
trescientos sesenta mil,
y pena, pena como la lluvia.
Pena que se va, y más pena, pena retornando.
Desolados, desolados campos,
y ni un niño pisándolos,
ni siquiera los hombres prestos a la ofensa y a la defensa.
Ah, cómo llegaréis a saber la monótona pena sobre el portal del norte,
con el nombre de Riboku olvidado
y nosotros los guardianes dados en alimento a los tigres.

Por Rihaku.


lunes, 21 de julio de 2008

CRUELDAD





La calle Al musah es tan ancha que caben dos camiones puestos uno al lado de otro. En Gaza las calles se miden según las casas habitadas; hay calles bastantes pobladas, llenas de gentes que intercambian comida. Abdel Azim vive en la calle Al musah, en ella la gente expone lo poco que tiene que aun sirve, sartenes, mantas, medicamentos de la Cruz Roja internacional... y lo cambian generalmente por comida. Hay otras calles en Gaza a las que no va nadie, generalmente suelen estar cerca de los puestos fronterizos. Son calles abandonadas que están acotadas por multitud de escombros, estos escombros suelen ser casas derribadas. Las calles solitarias de Gaza despiden un olor a podredumbre, generalmente de perros y gatos sepultados bajo los escombros que algún Bulldozer amontonó tras bombardeos selectivos. La noche habita estas calles como un imperio de oscuridad. Por la noche una sombra pasa rápida saltando aquí y allá entre los montones de escombros de una de estas calles inhabitadas. Es un cuerpo menudo, ágil y precabido: no se detiene nunca sabiendo que hay francotiradores apostados al otro lado con sus gafas de visión nocturna. La sombra se dirige hacia el norte, en dirección al puesto fronterizo de Erez, con un arma de pequeño calibre. El camino no es dificil pero hay que ser audaz; tras superar el último edificio de la última calle habitada uno tiene que adentrarse en un mar de sombras por entre montones de escombros durante un buen trecho. Seguidamente hay que bajar hasta el riachuelo que divide la ciudad de Gaza del puesto fronterizo. Ahí se encuentra la sombra, agazapada esperando... Hay que tener todas las posibilidades estudiadas, todas las posiciones tomadas. La sombra espera por si ve humo de algún cigarro, un tosido u otro factor que delate la posición enemiga. Espera y espera hasta los primeros rayos del sol. Lo peor ya lo ha hecho, llegar con un arma. Antes de hacer fuego sobre un soldado recuerda a su hermano muerto. Un pensamiento barre su mente hasta liberarla y desvanecer el miedo, la retribución de un mal nunca es un mal absoluto sino la consecuencia lógica de la hipótesis estímulo-respuesta.
¿O somos tan humanos que el espejo nos devuelve la imagen vuelta del revés?
Seguramente llegará a Gaza, en forma de cañones y de misiles Spike, la imagen de vuelta, siempre al revés, buscando su propia retribución.


miércoles, 16 de julio de 2008

ÁNGELA

A Antimo.


Ángela cierra los ojos y se transfigura. Su identidad, quién es, no es relevante. Ángela ha cerrado los ojos y sin embargo vive una indeterminación, medio asida al pasado, medio sujeta al presente, no pertenece a ningún lado. Sobre la mesa pone cinco cubiertos; su hermano Antonio viene hoy a comer, su cuñada María también, su padre como es normal presidirá la mesa y su marido se sentará junto a ella. Ángela se ha puesto guapa para todos aunque hoy no se celebra nada. Con sus ojos aun cerrados recuerda las palabras, hoy vamos todos a comer a casa, todos somos felices, ya lo sabes. Ángela llora de vez en cuando, nada es perfecto. Su padre siempre le habla bien, ¿siempre? Bueno, ahora sí, la mayoría de las veces, ya se sabe, es un hombre tosco. ¿Lloras o eres feliz? Si padre, soy feliz.

Sobre la mesa están los cinco cubiertos que Ángela ha dispuesto con todo el amor. Su marido ronda la casa, va y viene sin quitarle el ojo de encima mientras ella se dispone a hacer costura en el sillón. Lo nota envejecido, salvajemente distante. Él ya no es el mismo y sus pasos a lo largo de la casa marcan un ritmo cansado. A veces es un desconocido ¡Diós! Es tan salvaje que me cuesta reconocerlo. Lo confundo con la imagen del que era. Sin decir palabra él quita acompasadamente los cubiertos de la mesa uno a uno hasta dejar sólo tres. Ángela no dice nada, día a día se repite la historia. El hombre, cansado, se aleja y se sienta en el recibidor de la entrada y suspira anelante, sin quejarse llora en silencio, nadie le oye, ni siquiera Ángela. Agazapado entre sus manos esconde el rostro. El reloj marca las tres cuando una chica joven entra en casa, Ángela no sabe quién es. La chica se agacha de cuclillas ante el hombre derrotado que llora amargamente, suavemente le acaricia los hombros.

-Otra vez lo ha hecho… Otra vez ha puesto cubiertos para su padre y para su hermano. Otra puta vez…

-Esto es así, ya lo sabes –dice la chica joven que acaricia los brazos del hombre.

Ángela finge no escuchar, y llora, se siente perdida, no entiende nada de lo que hablan. Como dos conjurados su marido y la chica hablan en voz baja en el recibidor. No los entiende pero algo escucha:

-Me cago en mil demonios, y sólo llevamos ocho meses.

-Yo te voy a estar ayudando en lo que pueda, pero ten paciencia papá.

-Este puto Alzehimer... Esta puta enfermedad va a acabar con los tres.

martes, 8 de julio de 2008

ELS AMANTS

L'esperança traeix. Amb afany intentem
descobrir aquells qui estimàvem i ens incita
un plor per una dura faç de granit o de gebre.
Recordem, sí, una vella història perquè pot ser
llavors vivíem feliços. Però no era una vella història
ni érem tampoc feliços.
Certament el que resta és la misèria
nostra i les llàgrimes. El bosc...
Joan Perucho.


Estem al any 1947, posguerra a Barcelona. Joan Perucho acaba de publicar el seu primer llibre de poesies "Sota la sang", i amb aquest nou llibre una nova estètica poètica neix a la literatura catalana. Joan Perucho, com Josep Palau i Fabre o Joan Brossa no eren poetes tributaris ni del simbolisme ribià ni del noucentisme carnerià ni del verb acolorit de Sagarra. Els mestres més llegits d'aquella època no deixaven rastre en aquests escriptors segons Pere Gimferrer. Més bé, és en la literatura catalana, al tall de la posguerra, que neix una nova imatge poètica amb una nova estètica i amb una nova voluntat de no fer d'epigons d'una literatura catalana dominant.

Joan Perucho va ser un poeta únic amb un nou accent poètic i una nova consciència que oscil.la entre l'intimisme més novedos i adelantat a l'època i un experiencialisme que adelantaria en el temps a la poesia del mateix Gil de Biedma. Estem parlant del any 1947 com ja he dit. En aquella època en la poesia espanyola es disputaven el liderat els garcilasians i els crítics que pensaven que la poesia hi tenia una funció moralitzadora més que estètica. Evidentment, Joan Perucho va saber dominar i templar les dos vessants que en aquell moment es discutia a les càtedres de la poesia espanyola, com ara llegireu.

En trobar-me amb aquest poema del seu primer llibre ho vaig entendre, la veu poètica oscil.la entre la realitat social i la funció estètica. La seva veu es torna clarivident i en certs moments fosca (com al poema Imperi d'una llàgrima). Veieu ací quin era l'espai a l'època de la posguerra que li pertanyia al amor. De vegades la societat és tan fosca que estimar serveix sols per a fugir de la vida, idea paradòxica on hi hasca. Però aquest poema ens parla del amor enfrontat a la cara més inhumana de la vida, i la solució de vegades, evidentment, és còrrer.


ELS AMANTS.




Estimaven una lloança

diminuta i cruel,

sota cada mirada.

Estimaven les lentes tardes arrecerades,

amb temorosos llavis,

quan la innocència és com una flor corrompuda

que torna delicada la ignomínia.

Estimaven les besades furtives,

l'abocar-se a un cel desesperat

perquè el desig

exasperadament clama en els cossos,

invencible i segur.

Estimaven, estimaven.

Creien en llurs aurores martiritzades

o en un agònic impuls

que els isolava de la llum dels homes,

dels esforçats somriures

davant de rostres púdicament perversos.

Renovaven un amor o un mite

perquè ignoraven

que una vida cobeja sempre una altra vida

com una mort cobeja sempre una altra mort.

I encara endevinaven una altra glòria.

Però dura i cruel

la vergonya del món els perseguia.

No estimaven llurs cossos;

estimaven una obscura i mesquina victòria

sobre veus abatudes,

sobre records que viuen

en segles de misèria i d'infortuni.



Llavors mentien un amor,

un oblit impossible, en la nit silenciosa.


Joan Perucho. Obra poètica completa. Ed, Bruguera. Barcelona, 1984.

martes, 24 de junio de 2008

MICRORRELATO DE TERROR.

Si te das la vuelta... me vas a ver.

domingo, 22 de junio de 2008

LA PALOMA MIGRATORIA

-Decidí hace muchos años ponerlo en el aparador sobre este pequeño pedestal de oro, lo labraron artesanalmente -señaló con su raquítico dedo índice las iniciales sobre el frontal del pedestal- aquí lo dice.

-Vaya -dijo él- es una labor escrupulosa. Este relieve parece estar inspirado en la acuarela de John James Audubon.

-A mi marido le encantaba esa acuarela, encargó él mismo el relieve cuando regresó de su expedición. Totalmente contradictorio, ¿verdad?

-Sí. Las palomas migratorias eran un tipo de aves que necesitaban la bandada para poderse aparear. A veces se reunían hasta millares de ellas.

-En cambio -dijo ella hirguiéndose- en la acuarela solamente hay dos ejemplares rozando sus picos en señal de amor. Nunca, creo yo, se ha dado esa estampa ¿no es cierto?

-Las pesquisas científicas así lo dicen.

-En efecto, lo he podido constatar a lo largo de los años a través de los diarios y numerosos cuadernos que mi marido me dejó antes de morir. Acompáñeme, se los mostraré.

La anciana abrió el camino a través de un pasillo estrecho que conducía desde el vestíbulo hasta un estudio que hacía las veces de antesala al jardín. Sobre toda la casa se empañaba un suave olor a abandono, y la ténue luz que traspasaba las cortinas dejaba un halo de intemporalidad gravitando entorno a la sala. Allí dentro, en la casa de la señora Dyssen nunca se sabía con certeza si la mañana era tarde o si la madrugada pertenecía al crepúsculo. El taxonomista seguía los pasos de la anciana maravillado por el decadente esplendor de aquella casa; todo el pasillo estaba repleto de gravados y acuarelas que representaban aves exóticas, algunos quirópteros y multitud de bandadadas inmortalizadas en pleno vuelo en un cielo extraño. Al pasar sobre el arco que separaba el pasillo del estudio, un enorme ventanal cambiaba radicalmente la iluminación de la casa. De repente uno pasaba de ser transportado en un hipnótico sueño a ser avocado a la más fría luz. El ventanal estaba asediado por inmensas hiedras que crecían en el jardín. Ya en él, se podia adivinar toda una espesura entrelazada por los arcos de madera que guiaban a través de un sendero estrecho hasta un estanque en donde se eclipsaba la visión. Era una luz verdosa y aséptica, lamentosa. En la pared de la izquierda del estudio, una enorme biblioteca repleta de manuales, diarios, legajos y dibujos desorganizados. Habría más de dos mil volúmenes, cada uno de un tamaño diferente y sin guardar aparente relación.

-Mi marido, en paz descanse, lo guardaba absolutamente todo. Cuando volvía de sus expediciones se encerraba aquí durante largas temporadas estudiando y repasando sus investigaciones. -La anciana se quedó conmovida observando el jardín tras el ventanal- Solía pasear en los meses calurosos por el jardín, tal vez meditando, tal vez abstraído. -se volvió- no siempre estaba aquí. Yo lo sé, paseaba y paseaba en su abstracción. Ahora, sin embargo, está asilvestrado, crece sin control. -hubo una breve pausa- Claro que entonces el jardín estaba mucho más cuidado, más hermoso. Conforme pasa el tiempo, mi temor hacia el jardín crece... Está descontrolado y yo ya soy muy mayor.

-Es agradable poder disfrutar de un jardín, señora Dyssen.

-Claro. Bueno, dígame señor Desmond, no habrá venido usted hasta mi casa para hablar de mi jardín ¿cierto? Supongo que un taxonomista está interesado en otros asuntos.

-Cierto, señora Dyssen. El director del Museo Nacional me ha hecho el encargo de pedirle prestado la muestra que hemos visto en su aparador del huevo de una paloma migratoria, que como usted sabrá es un ave extinta. Estamos organizando una exposición que esperamos tenga una repercusión internacional. Usted sabe que últimamente el museo no pasa por su mejor momento, desde el gobierno se nos insta a reorganizarnos para poder introducir el museo de geología dentro de nuestro edificio. Esto acarrearía una disminución sustancial de personal y, en nuestra opinión, desprestigiaría al propio museo.

-Entiendo... -la anciana encendió un cigarrillo mientras asentía afirmativamente-.

-Deben saber que un museo no es tansolo un espacio donde se exponen objetos curiosos. La idea es que un museo tiene que estar delimitado por su propio espacio. Un museo es un edificio, un templo del saber. Es como los teatros, la mayoría de los teatros son edificios independientes que representan un templo de la cultura. Ellos quieren amontonar objetos, creen que cuantos más mejor, pero las cosas no funcionan así. Pensamos que si usted nos cediese el huevo de la paloma migratoria podríamos realizar una exposición única, y ante la confluencia de público, el gobierno se daría cuenta de la importancia del museo.

-Entonces es cierto. Es un ejemplar único.

-Lo es, así parece.

- En ese caso -dijo la anciana- me temo que no se puede usted llevar el ejemplar de huevo. Como usted sabrá, es un objeto extremadamente frágil. No correré el riesgo de poder romper el trabajo de la vida de mi marido.

-Señora Dyssen, de todas maneras el museo estaría dispuesto a realizar las pruebas de identificación del huevo. Sabe que siempre ha habido imitadores, y no hay constancia de ningún otro ejemplar. Podemos cotejar las muestras de ADN con la de huesos fosilizados. Esto nos daría una idea bastante acertada sobre la verazidad del huevo que usted ha expuesto en su aparador.

-¿Duda usted?

-Hasta que no hay una demostración, efectivamente, siempre dudo. Y según me consta, su marido pensaría igual, ni que decir tiene que todas las grandes expediciones científicas que realizó tenían como objeto este fin, dilucidar la verdad.

-Mi marido no era un científico al uso. Como ya sabrá él nunca participó de ninguna expedición financiada por su museo ni por ningún otro. Todo lo que hizo fue trasladar su pasión hasta lo más íntimo de su vida. Todo lo invadió... - la señora Dyssen se sentó en una butaca de terciopelo rojo- como ha podido ver a lo largo de esta casa. Y para ello aprovechó la ingente fortuna que su padre le dejó en herencia, una herencia desmesurada para tan poca actitud al trabajo, bajo mi opinión.

-Usted tiene mucho de científica -inquirió el señor Desmond- ¿por qué si no conserva todos sus escritos, todas esas láminas y cuadros, incluso aquel huevo sobre el pedestal?

La señora Dyssen se quedó escrutando al señor Desmond como si la mirada pudiera penetrar en su alma a través de la penumbra que crecía ajena en el jardín.

-Porque sin todas esas cosas, mi vida es una sombra, señor Desmond. ¿ Acaso soy algo más que la proyección de su existencia? -se levantó- ¡Míreme! diga qué es lo que ve. Una aguacil del templo de mi marido. Una portera silenciosa, la perfecta ama de llaves que cualquier burgués quisiera tener en su salón.

-No diga eso, señora Dyssen.

-¡Lo digo! -se le acercó lentamente- lo digo porque me sobran años y tengo el derecho de decirlo. Al menos ahora ya sabe quién soy.

El señor Desmond de repente se vió envuelto por un aliento de incomodidad casi espectral, omnipresente. Con mucho cuidado bajó la mirada en forma de asención y se dispuso a darle las gracias por su tiempo a la señora Dyssen. Pero antes de hacerlo, una voz cavernosa y crepitante resonó en el hueco vacío del estudio.

-Ahora que le he robado su tiempo, puede llevárselo. No me pertenece a mí... ese maldito huevo hace que me vea en el espejo cada día para asegurarme de que sigo aquí. Y eso, eso es algo que nunca debería vivir nadie.

-Le prometo que le devolveré el ejemplar cuando termine la exposición, en cuestión de dos meses.

Y dos meses pasaron como un frío aliento de sombra. Las navidades de aquel año tuvieron las nevadas más copiosas de todo el país. Tres meses más tarde, ya en el albor de la primavera, la comarca se hizo tristemente famosa por las inundaciones que tuvieron lugar por el deshielo de los valles. La exposición, no obstante, había sido un éxito, y el museo finalmente conservó su prestigio y su espacio. Desmond había insistido en cotejar el ADN del huevo con el de un resto fósil del ejemplar de paloma migratoria, ya extinto, que había en el museo. No fue necesario, antes de raspar la corteza un fino polvo se desprendió dando la prueba fundamental de la falsedad del huevo. Era una simple copia, bien hecha, pero una copia al fin y al cabo. Aun así la expusieron por su enorme verosimilitud. Desmond no fue capaz de hacerle saber la noticia ni siquiera una vez devuelto el ejemplar.

Por lo visto tampoco fue necesario: una mañana de Julio, mientras el flamante taxonomista iba camino del museo, leyó la triste noticia. La Señora Dyssen, viuda del expedicionario Roland Dyssen, con ochenta y siete años de edad, había fallecido en su casa palaciega la madrugada anterior de un ataque al corazón. Se había ido, irónicamente con la soledad de la última paloma migratoria, cubierta de silencio. Cuando la encontraron vieron que en su mano derecha habían restos de una fino polvo, y cascaras de arcillas en el suelo de su dormitorio. Su rostro no mostraba un rictus mortis al uso, sus facciones tensas mostraban, no obstante, una enorme, una sarcástica sonrisa que escondía quién sabe qué secretos.

martes, 3 de junio de 2008

DESPEDIDA.





Ens vindran al cap breus paraules convencionals, cóm estàs? Què tal la vida? si anys després ens retrobem. No hi pot haver final més trist si aquest representa un home i una dona que s'estimen i mai més no s'han de veure, i un dels dos no ho sap. Però potser sí que ens hi veurem en altres circumstàncies, en altres carrers. Tal vegada ja no et miraré amb la condescendència de qui sap que tot s'ha d'acabar i llavors la meva experiència de la vida ja no serà cap ofensa a la teva innocència. La meua crueldat s'haurà domesticat i esdevindrà una reflexió agònica d'un record llunyà. Certament, aquestes mans que sovint l'han abraçada ja no tindran el pols ferm que ara la soterren en algun viarany de la memòria. Fermesa per a no patir.

Pense que et veuré, amiga, com la identitat d'un paisatge redescobert. No t'abraçaré, ni t'enumeraré les nits que no hauré pogut evitar anomenar-te. De vegades aquests secrets que t'he amagat, ens fan lliures,- La llibertat d'un pati d'una penitenciaria, en el que el sol està lluny, però està-. Ja no et diré que esperes perquè t'he sabut cantar. He aprés de tu moltes coses: a estimar-te i a trobar-te a faltar; malauradament també t'he sabut fer mal. Vaig prometre't moltes coses, d'entre elles no ferir-te mai, i aquesta és la única promesa que no he acomplit. Ens fem majors, cert, amiga, i quant més patim menys somniem: aquest és el preu.

De tu ja no vull enrecordar-me, malgrat que me n'hauré de recordar. De moment no, sols de moment, trista treva dels covards. Si d'alguna cosa m'he de penedir, jo la sabré en el seu moment, però ningú més no ho sabrà. Potser em veureu trist i decadent --decadent, sí-, perduda la vista en el darrer instant que vaig aprofitar veient-la dormir amb la pau d'un innocent traït. Dia a dia vaig creixent irremeiablement sòl, em vénen imatges de temps millors, aquells temps en els que jo era un més dels feliços enganyats i en els que reservàvem la tristesa per a l'escriptura, però la tristesa és com un au d'aigua, que s'esmuny fins a les entranyes de la vida. Si, tal vegada li diré que ho sent, si alguna vegada ens retrobem, amor meu, i riurem d'aquesta tristesa determinativa. No voldré parlar del passat, i tan mateix, serà el passat el que m'haurà dut al teu encontre. Voldré enganyar-me, disculpa'm, pensant que encara quedarà algun mot d'afecte al teu cor cap a mi. Seguiré sent, doncs, una bèstia. Una bèstia vella amb les mans cansades d'empresonar el teu record.

viernes, 30 de mayo de 2008

EGO, SCRIPTOR.

Sucede que salgo por los bares,
Mis amigos me llaman raro porque
no tengo ganas de entablar conversación.
Y leo las etiquetas de las botellas mientras
Una guapa camarera me mira indiferente,
Casi fanática de su condición de guapa.
Tenessee Wiskey, y veo a Foulkner,
Bestia incansable, abismo frío y duro.
Y las chicas bailan como si nadie las deseara,
Lentas y cachondas.

Me dicen que estoy borracho,
Pero yo conozco a mucha gente borracha.
Ellos mismos están borrachos por el dinero.
Cardhú, y lamo los oteros desmayados
De la santa Irlanda. Y James Joyce me dice,
Llevan las chaquetas como si fueran sus sepulturas,
Caídas irremediablemente.
Sigues borracho, dicen, y yo estoy siendo taladrado
Por un buen verso de Yeats.
Estoy atorado por las drogas, y ellos gritan:
Esta noche follo! Esta noche follo!
Y me desmayo
y vuelvo a la luz, al tajo.
El inmerecido oficio de ver
los evasivos estratos de la memoria.

sábado, 19 de abril de 2008

El sentido de la gravedad.

Circunspección, mantén la prudencia ante las circunstancias y haz gala de cierta elegancia para que nadie se escandalice ante la indiferencia que sientes en esta última hora. Ni siquiera ahora sabes completamente cuándo será el último instante que pases en este valle de lágrimas, no nos anticipemos. Tu madre decía que la vida era un valle de lágrimas, la recuerdas ahora, en cierta manera todo desauciado se acuerda de su madre. Tu no sólo te acuerdas de tu madre; te acuerdas de otras madres, de sus hijos, incluso te acuerdas de sus nietos. A pesar de que te acuerdes de tanta gente, ahora estás solo. Miras a tu derecha, un lavatorio elemental se esconde detrás de la puerta blanca. Estás en la antesala de la muerte y tu habitación parece otra sala de espera, como aquella de la embajada española a la que fuiste solamente una vez en tu vida. Aquella visita a la embajada significaría tu renuncia a una vida, ahora lo sabes, y si has seguido aquí es por inercia, como todo lo demás. Como tantos otros que siguieron con sus vidas por pura y covarde inercia. Respiras constante y consciente aunque un sonido burbujeante crepita en tus adentros, estás atento hasta de los movimientos más autómatas de tu cuerpo enervado. Sabes cuándo tu ojo gira para ver la habitación, controlas tu respiración, estás atento hasta del tiempo que te retiene aquí un poco más. Sientes la punzada del dolor cuando advierte y su opresión que te causa náuseas doloridas. Ladeas tu cabeza hacia tu izquierda, una ventana abre las vistas de la ciudad. Edificios, enjambres de cables y de nubes, luz, copas de árboles, abedules, olmos, almendros o araucarias, qué más da, ahora eso no importa. Si te fijas puedes advertir el destello de las sirenas de las ambulancias que van y vienen a toda prisa. La ventana es ámplia, ocupa tres cuartas partes de la pared. Te acuerdas de la habitación donde solías releer un viejo periódico. No recuerdas la fecha del noticiario, pero lo estuviste leyendo y releyendo durante buena parte de tu vida sin prestarle nunca mucha atención ¿compraste algún otro periódico más a lo largo de tu vida de exiliado? Crees que no, aunque la verdad es que no lo recuerdas. La mañana pasa lenta, lejos de esta habitación. La gente anda por las calles paseando, compartiendo palabras. Hay también gente que hace el amor en sus casas, los que pueden, pero poca gente anda sola. Generalmente, la gente que anda sola tiene a alguien esperándole en alguna parte. Pero tú ahora no tienes a la persona que debería estar contigo, al lado de esta cama. Para ti no es triste, tal vez sea mejor así porque siempre sufre más el que se queda. No quieres pensar en la muerte, eso te honra. No quieres ni siquiera oler la muerte, su aroma fatuo, lleno de grandeza lúgubre. Para ti la muerte es un último nacer, como decía el poeta, un último nacer salvo porque no se llega, sino que se termina. ¿qué termina? Ni tu ni yo lo sabemos, pero tiempo al tiempo. Entra la enfermera luciendo una sonrisa neutral, aséptica, como para aliviar el dolor del alma. Te dice que te va a medicar, pero tu sabes que te van a atontar. En los hospitales se suelen administrar sedantes paliativos para las personas como tú, porque se conoce que los lamentos de los moribundos son profundos y en la noche alcanzan a herir las almas de los que se quedan, del personal sanitario, de los familiares y de todo cristo viviente, porque aquí todo el mundo vive menos tú, que te mueres. Tras unos minutos complacientes te adormeces sintiendo el fluír de tu sangre enajenada, ahora no hay dolor, ni ansiedad, ni dificultades respiratorias. Los estertores dan paso a una respiración anhelosa y tú no sabes si es ahora cuando vas a cerrar los ojos para siempre, eso te incomoda. Los párpados rugosos de tus ojos comienzan a pesar de una manera intangible, ceden y ceden hasta que inician su desplome para dar paso al sueño. Tu cuerpo se alijera desposeído de ti, estás atravesando el umbral de la inconsciencia donde ya de nada sirve el control que antes ejercías sobre cada automatismo de tus miembros. En un último esfuerzo apretas tu puño como para luchar pero pronto cedes al embate, narcotizado, y al final caes rendido dispuesto a dormir un sueño artificial.


* * *

Te acercas a la amplia mesa del despacho de tu casa. La estancia polvorienta conserva viejos retratos familiares expuestos a lo largo de los estantes de la librería, a la derecha de la mesa. Enfrente de ella, un amplio ventanal que abre las vistas a un gran jardín tropical. Tus manos apátridas ojean un periódico extranjero lentamente, apenas alcanzas a leer los titulares, la sección internacional, la sección nacional, los sucesos. Vives exiliado en otro continente, apartado de tus raíces. El solar patrio, la gran ubre de la que todos se apropian: aletargados pensadores, periodistas, gente nueva, savia nueva para el nuevo árbol. Observas el amplio ventanal frente a ti, las sombras inherentes a las húmedas plantas cambian la tonalidad de las horas. En rebeldía constante tu mente aún sufre y a tus ochenta años eres dueño y señor de un sufrimiento antaño extendido por toda la patria, ahora eres tú el único poseedor universal de ese sufrimiento mientras te paseas por la estancia. Sufrimiento telúrico, enraizado al pasado, al tiempo muerto, porque lo único que permanece en el tiempo es el pasado. Tu vida ha sido plenamente condicionada por el paso del tiempo en un lugar que a poco a poco vino siendo el tuyo. Aún sin serlo. Sigues hojeando el mismo periódico sin prestar demasiada atención. Enciendes un cigarrillo. Expiras el humo grisáceo, se mueven tus aletas nasales. Tu difunta esposa de apariencia caribeña, expuesta en el último retrato del estante, está captada por el objetivo de la cámara eternamente posando con ese aire provincial y analfabeto. Ignorante ella de la aprehensión de los recuerdos, de la sangre de hermanos bastamente derramada, del olor putrefacto de los cuerpos acribillados. Y piensas en tantas situaciones iguales a lo largo de la historia; El napalm, el hollín de los Kalasnikov en la gran cruzada contra la bestia fascista allanando seres humanos. Millones de ellos podridos, engullidos por fosas anónimas al destino eclesiástico del polvo al polvo y la ceniza a la ceniza. Muladar de imágenes, piensas, eclipsadas por la cal, incandescentes. Sigues ojeando el periódico, ni siquiera sabes la fecha del periódico que lees. Nada perdura. Sólo en tu pensamiento permanece la idea del fracaso puesto que te has pasado toda una vida, la única que hay, abocada a construír un hogar fuera del hogar. Paradoja donde las haya. Toda tu vida alternando cines y tertulias con los de tu especie, los verdaderos hijos de la ira. Nadie os espera y tú lo sabes y ya no te duele. Nadie os dará las gracias, pero tú con tu coraje enéido pujas por volver a tu patria reconstruída y cicatrizada. Anestesiada de tanto llanto cuando muertos ya los verdugos y sus dueños todo adquiere un extraño sentido. Patria de rostro esquivo y transitivo. Sí, un impulso latente te empuja a volver, a despedirte del mundo del que ya no formas parte. Pasas las últimas hojas del periódico, los insectos del jardín se emboscan entre las hojas de los árboles y la luz declina en la habitación oscurecida. Tu sombra alargada mientras permaneces sentado en el sillón de la mesa se extiende besando el suelo. Apagas la colilla del cigarrillo en un viejo cenizero de metal. Ya no queda nada que te fuerze a volver, salvo la obstinación fanática y moribunda de un sueño. Como el hijo pródigo arapiento y miserable que vuelve a un hogar. Pero los días y los meses, los años, pasan y tú permaneces alejado. Y tal vez alguna tarde tropical al hojear el mismo periódico que durante tantas veces ha sido hojeado, no seas capaz de levatarte del sillón. Y tus sueños de volver se ahoguen como los de tantos otros excomulgados, y la luz desaparezca de la estancia, y el jardín crezca salvaje en tu inerte presencia, y un memorial sea alzado en donde tú nunca pudiste retornar, un memorial que te represetará a ti… Dejas el periódico sobre la mesa en la misma posición en la que estaba. Te levantas del sillón, mañana será otro día, seguro, pero nada cambiará. Ni tu deseo en su más ferviente arrogancia será capaz de cambiar nada. Acaricias el periódico con las llemas de tus dedos y captas una textura áspera en sus hojas. Cinco columnas de texto llenan el primer folio. Tamaño exagerado del papel. Quince de Noviembre de 1943, hay nubes tormentosas sobre las dársenas del puerto y un país se ahoga a tus espaldas. El puerto apenas se ve desde la cubierta del barco. Nada te retiene en sus costas. No hay nada en su pérfido aroma que te haga volver la vista atrás. Una tímida lluvia se impregna gota a gota en el ámplio ventanal. Las sombras de la tarde se han adueñado de la habitación. El periódico gastado sigue en la mesa como una última reliquia. Mañana será otro día, cierto, pero nada cambiará.
***
Despiertas. Al fin despiertas aunque sea en la misma cama en donde te dormiste. La misma ventana te muestra cómo las nubes ocupan buena parte del cielo que amenaza con lluvias, pero eso a ti no te importa puesto que jamás te molestó en exceso la lluvia. Es más, recuerdas que te gustaba leer un buen libro en tu despacho de amplios ventanales mientras oías la lluvia restallar en los cristales. No sabes que hora es, pero debe de ser por la mañana ya que percibes un tímido olor a malta que viene de los pasillos. Probablemente sea la hora del desayuno. Como no tienes nada que hacer, salvo esperar tu último instante, te recreas pensando en lo que tu vida es. Quisieras encontrar una palabra que la definiera, alguna cosa que la materializara. No debe ser facil plasmar toda la vida en una sola palabra, y si pudieras, tal vez eligirías un sustantivo. Algo como desidia. No sabes muy bien que elegir, pero ¿te das cuenta de que es imposible concentrar todos tus momentos en esa palabra? Recuerda a tu hermano, ancha espalda, moreno y bien plantado, recuerda a caso el dia de su boda. ¿cómo incluír esos momentos en la palabra desidia? No hay palabra que sirva para representar lo que la vida ha sido contigo. Y si la hubiera, entonces esa palabra se apropiaría de las esencias que te pertenecen porque podría relatar todo lo que tú ahora callas. Pasan los minutos y nadie viene, pero el aroma de la malta y las voces que van y vienen al otro lado de la puerta de tu habitación te hacen confirmar que es la hora del desayuno. No podría ser desidia, piensas ahora, pero alguna palabra tal vez retenga la esencia de lo que es tu vida. Piensa que han de caber los malos y los buenos momentos, las olvidados y los que aún retienes. Cierras los ojos de nuevo, intentando encontrar la que sea la palabra que describa tu vida porque necesitas darle nombre a tu tragedia, a tu milagro, a tu única oportunidad de ser. ¿Recuerdas aquella tarde en la que paseabas por la playa y recordaste la última vez que viste a tu hermano con vida? ¡Vaya tiempos! Al principio no fue nada facil aceptar tu nueva vida en otro país, lejos del odio que se vertió en los anchos campos de tu tierra. Pero con el tiempo, te fuiste asentando dispuesto a dar la espalda al mundo. No digo al planeta, tú lo sabes, digo al mundo. A todas las fuerzas que compiten con ser mejores o con ser peores. Aquella tarde que paseabas por la playa la memoria estuvo a punto de fallarte. Por un instante pensaste que tu hermano seguía vivo. Lejanamente vivo. Pero tu hermano fue ejecutado después de la guerra. Como tantos otros. ¿Recuerdas el último abrazo que os disteis, tal vez la última mirada? ¿Si no lo recuerdas tú, quién lo va a recordar? Nadie, esa es la respuesta. A tu hermano le mataron como a un perro. Y tú pudiste escapar dejando atrás la esencia de la vida que ahora te falta. Aquella tarde en la playa pudiste comprobar que seguias vivo mientras llorabas largamente sentado en la última amaca de una playa repleta de turistas. A los teinta años ya trabajabas como cartero en el servicio público postal. La rutina te hizo olvidar la ceniza de un pasado danzante y huidizo, y ya tus ojos habían perdido la expresión cansada de los primeros meses. No supiste escribir a la viuda de tu hermano, temías por ella pero no sabías qué hacer, y a los cuarenta años ya te habias casado con una nativa que trabajaba en una mercería cercana a tu apartamento. Con ella te mudaste a una nueva casa, humilde pero cómoda, y los años pasaron como un escalofrío que sólo sentías tú en lo más profundo de tu ser. A los cincuenta años te decidiste a contactar con la viuda de tu hermano. Intentaste localizarla a través de la embajada aunque no hubo forma. El hilo se había roto y el contacto llegaria a ser imposible. Desde ese momento, cuando te diste cuenta de que nunca volverias a ver a tu sobrino, ni a tu cuñada, entendiste que habías llegado al punto que todo el mundo rehuye y teme en el que únicamente puedes sentirte en soledad. Y de esa manera, irremediablemente solo, proseguiste con poca voluntad una vida artificial que, al cabo del tiempo, te llevaría a contemplar los atardeceres de otro país a través de las vistas consumidas del jardín al que daban los amplios ventanales del despacho de tu casa. A los sesenta años te resignastes a apreciar las tórridas tardes de Agosto metido en la sala de proyecciones Colores. De vez en cuando te animaste a participar en algún coloquio de exiliados, escribiste cuentos para nadie, lanzaste flores al mar recordando la corta vida de tu hermano, pero la redención es un privilegio al que pocas personas llegan. Tú no perdonaste a la vida. No podrias haberlo hecho nunca, y más cansado que vivo te acostumbraste a un mundo equivocado. Y es que, al fin y al cabo, todos nos acostumbramos a un mundo equivocado. A los setenta años, los recuerdos se fueron convirtiendo en pequeños fantasmas que te acechaban a todas horas. Te fuiste imaginando la vida de las personas que habian quedado atrás, sus costumbres. Comenzaste a especular sobre cómo serían sus sueños y sus habitos. Y la ilusión de tantas apariencias fue velando tu propia existencia. Ahora el tiempo ya pasa más lento pero, a la vez, más ajeno a ti. Tal vez porque la idea de la futilidad de la vida se ha ido alzando ante ti, a medida que tu estupor dejó de impedir tu tragedia. O, al menos, eso es lo que tu cuerpo cansado piensa ahora que trascurren tus últimas horas.


* * *


Una enfermera guapísima de unos treinta años entra en la habitación arrastrando un carrito repleto de bandejas cubiertas y de dos enormes termos llenos de una humeante bebida que infesta toda la habitación de su aroma. Mientras comienza a explicarte lo contenta que está porque su novio se la va a llevar de vacaciones tus ojos la miran como a un objeto de deseo fuera de alcance. Sus piernas largas te transportan a imaginarte con cuarenta años menos seduciéndole con la amabilidad de las palabras, te imaginas tejiendo una conversación interesante para ella, le regalas los oídos. Su cuerpo es el abismo de tus deseos, y tan lejana la encuentras que reniegas a seguir pensando en ella. Has elegido té, tal vez sea la última vez que desayunes, aunque ya pensaste lo mismo ayer y anteayer. La dulce enfermera se llama Verónica, lo lleva inscrito en su bata. A ti no te interesa y como que apenas puedes hablar no vas a hacer el esfuerzo inútil. Haz almoneda de fuerzas para poder morir con dignidad cuando te llegue el momento, al menos que seas consciente de todo el proceso. La enfermera se inclina hacia ti para acomodarte la almohada, una miniatura del cristo de la providencia le cuelga del cuello que se balancea acompasadamente por su escote como un borracho que camina a tumbos calle abajo atisbando la madrugada. La imagen de Diós es dolorosa, siempre lo es, su desnudez enfermiza y todos aquellos hachones de los altares le dan un aire demasiado grave, sobre todo cuando las mechas de esparto y alquitrán arden en los deambulatorios de las iglesias. La palabra Diós es inconmensurable como para abarcarte solamente a ti. Esa no es la palabra que buscas para definir tu vida, Diós es demasiado grande y es eterno. Tú ni eres eterno ni Diós te pertenece para que te apropies de su nombre, en todo caso, tú le perteneces a él, como todo lo que hay en el mundo. A Diós le pertenece la gloria y la misera de este mundo, le pertene la verdad y la mentira, pero lo que no le pertenece es la duda. La duda es tuya, será que es un signo de debilidad dudar, porque Diós es tan grande o tan miserable que no se puede permitir dudar. Es oficio del hombre el dudar, no de Diós. Mientras piensas sobre aquella palabra que buscas, la enfermera revisa los dos goteros que cuelgan al lado derecho de tu cama en un pedestal. Tu piel se ha resecado, ha adquirido un tono amarillo macilento y una fina película rugosa cubre la superficie dando la imagen de una piel de trapo. Ahora ya no sonríe, toma datos y apunta concienzudamente cualquier cambio, en cierta manera se podría decir que acota los procesos de tu estado. Tu miras el cristo de la providencia con cierta prudencia, piensas en él, en su abstracción que lo desfigura. ¿podrías decir qué es Diós? Ni siquiera sabes qué es o qué representa, ¿cómo quieres, pues, resumir tu vida en la palabra Diós? Ya te lo dije, no hay ninguna palabra que pueda definirte, que abarque todos tus actos y todas tus intenciones. Así pues vas pasando los minutos hasta que con una tímida sonrisa despides a la enfermera que sale arrastrando el carro con los desayunos de la planta del hospital. Ahora la luz entra por la ventana con más intensidad que antes, la luz lo invade todo, tus ojos se deleitan frente a la claridad del cielo, antes amenazante cuyas nubes parecían anunciar lluvia. Una hilera de gorriones van peinando el cielo a baja altura, y en ciertos momentos parecen enfilarse directas a estrellarse en las copas de los árboles, pero levantan el vuelo extendiendo sus cortas alas y se alejan sin más. No son conscientes de las consecuencias de un vuelo tan temerario, ni siquiera son conscientes del precio de la vida.


* * *

Al atardecer, la habitación anaranjada del hospital va templando los objetos con su luz. Un velo azafrán desleído se va apropiando de los matices. Tu percepción te hace ver a través de tus ojos entornados cómo un cobre rojizo amagentado va sucediéndose desde la ventana hasta los pies de tu cama premoniciendo el anochecer. Los dolores son más fuertes pero a la vez menos perceptibles para tu cuerpo entumecido. Sabes que ya no habrá otro amanecer en tu vida. La respiración estertorosa se afianza y toma el control de tu podrido crepitar. Es como si la muerte hubiera mandado un ministro que con su mano hundiera tu pecho hasta casi no dejarte respirar. Sientes los empeines de tus pies más frios que el mármol de carrara y con un torbellino en tus entrañas los mecanismos de sensibilidad de tu cuerpo se han ido deteriorando hasta ser simples extensiones del ministerio de la muerte. No eres capaz de moverte ya, y son tantas las cosas que te quedan por decir, por buscar y por encontrar, que la idea de la futilidad se hace tremendamente monstruosa para ti. Ahora, atardeciendo en la habitación, como en tantos otros atardeceres viendo tu jardín, ves la vida que nunca tuviste. Tu hermano te abraza, luego desaparece, viene tu padre con las manos ásperas de tensar las sogas donde se han soterrado los majuelos, entra en la vieja casa donde te criaste, tu madre encorbada sobre la boca de la chimenea sigue dándole al fuelle para avivar las llamas de la lumbre. Es todo tan irreal que no parece ni siquiera ser parte del pasado. Andas en tu foro interno alejado del mundanal ruido, transfigurándote en otra persona andando por la calle Bellesguard que bordea el basto cementerio de tu ciudad. No sabes quien eres, nunca te has visto con un rostro sereno y seguro. Sigues andando calle abajo entre las luces de un mediodía distante. Nada es real, pero no es un sueño. Te sigues a ti mismo con la mente clara sabiendo qué es lo que vas a hacer. Te vuelves a decir que todo se manifiesta como si fuera real, pero no lo es, y tu cuerpo tampoco lo es. El corazón se te va relentizando poco a poco y sus latidos cada momento son más inestables e imperceptibles. Tus ojos entornados siguen con sigilo la trabajosa respiración que te mantiene consciente y decides seguir andando calle abajo bordeando un parque lleno de lilas colgadas en las jardineras que colman el muro sur del cementerio. Oyes a la gente andar de un sitio a otro como si la vida no se hubiera detenido en la habitación del hospital, ellos hablan, ríen, hay hasta un mendigo que descansa tumbado en un banco del parque que tú ahora cruzas. Toda la ciudad es real, pero no existe. Aunque te digas lo contrario, el atardecer ha culminado en una oscuridad cabernosa donde horas antes la bandada de gorriones intrépidos volaban jugueteando con las copas de los árboles y con la suave brisa que el viento de levante había traído hasta tu ventana. La mecánica del universo sigue incólumne a tus fantasías y ya nada puede evitar que lentamente te estés yendo de una vida a la que nunca amaste. Pero nada es real, recuérdalo, al menos, cuando la noche caiga.


* * *

Esta ciudad no existe. Se dice que es real, todo el mundo lo dice. Pero ni las personas que pasan por la calle, ni los coches, ni los edificios grises, ni siquiera el cielo circunvalando es real aqui. El mundo no es lo que nos dicen que sea, nunca ha sido así. Ahora, mientras sigues andando calle abajo existes tú, y todo lo demás está tan cerca de ti como los anillos de Saturno. Por mucho que las sensaciones se vayan acercando a ti, aunque ingenuamente pienses que la vida es el contacto con el mundo que tú puedas percibir, que es bien poco en esta hora. A pesar de que, ahora que no te ves en una cama de hospital, equivocándote, sientas que la compleja maraña de sueños y elementos que te hacen sentir vivo se aproxima a ti, nunca llegarán a penetrarte…Esta ciudad no existe porque existes tumbado en la cama con los ojos cerrados y esto no es la realidad, es la certeza del abismo. Lo vas sabiendo y lo vas pensando mientras caminas calle abajo hacia el cementerio que nunca visitaste. La calle decorada de adelfas dan una falsa apariencia de buen gusto medioambiental y el parque cuya pared está cubierta de lilas no es sino un contrapunto afortunado en la calle en la que estás. Y sigues andando, cabizbajo y desatento, con una opresión en el pecho que te hace sentir vulnerable, aunque ya no haya dolor. Las personas te van a mirar como a un adorno más de la ciudad. Eres parte de ellos sin serlo, totalmente prescindible en esta fantasía. Va pasando el tiempo, sigue pasando, y todo lo que soñabas cuando vivías tu propia vida se vino abajo con la rapidez precisa y debastadora de un huracán. Esto del progreso es un agobio, te dices mientras miras un cartel publicitario. Al pasar el cementerio no hablas, pero sigues pensando. En los jardines de Diós no hay niños, sólo hay cruzes y almas muertas. El tranvía atraviesa la calle con un traqueteo ajetreante. Esta calle sería decrépita de no ser por el viejo parque pegado al cementerio. Se extiende cercada de edificios grises de renta antigua y de un gran cementerio atestado de gatos salvajes que merodean sobre las cruces de las tumbas. Te cuesta andar, sientes las rodillas desgastadas y el cuerpo destemplado. Piensas en llegar al interior para poder sentirte solo, apartado de la vida de la ciudad, como si en esta ciudad no te pudieses sentir suficientemente solo. En la inercia de la vida, algo tan abatible como una persona no deberia permitirse pensar en la soledad, ni en el miedo, ni en la muerte, puesto que corre peligro de ser lúcido y eso se paga. Al fin cruzas el portón de rejas forjadas del cementerio, el viento ulula en las copas de los cipreses y el cielo trae el olor del mar a tus pulmones. Te sientes en comunión con el mundo como desde hace mucho no te sentías mientras vas cruzando el camino central del cementerio dejando atrás las lápidas que ves a izquierda y derecha .Veinte cipreses enormes, diez a cada lado, resguardan de la luz directa a los que visitan a sus muertos, declinándose en cobijo desde las alturas. Y un Olmo de unos veinte metros preside el centro del jardín del cementerio. Miras a tu alrededor e identificas el resto de las cruces que se esparcen por el suelo vegetal. Las hendiduras cinceladas que albergan moho, los candiles apagados de los panteones. Señales del paso del tiempo en donde la eternidad mora como otra ironia de la vida. El inmenso olmo se despliega vastamente en las alturas junto a los cipreses cubriendo el cementerio de sombras. Al fin te sientas a descansar, sentado sobre un banco de piedra sin respaldo viendo las lápidas ordenadas a lo largo del suelo. La luz es más ténue ahora, y la tarde transcurre sin mayor interés. Por las calles empedradas del cementerio, minúsculos grupos de ancianas con ramilletes de flores te observan disimuladamente mientras besan viejos retratos que sacan de sus bolsillos. Roidas estampas de santos que guardan celosamente. Agazapadas y resguardando su celosia, detenidas en frente de las tumbas familiares mientras se encorban sobre sus retratos como si fuera un bien tan valioso que lo tuvieran que defender con la vida. Y, así, quietas, permanecen varios segundos para mirar de reojo a los desconocidos. El gigantesco olmo se impone fuertemente enraizado en el cruce de los caminos perpendiculares del patio central del cementerio, ya es poco más de mediodía y la luz del sol aparece y desaparece súbitamente por entre las hojas carnosas del inmenso árbol. La luz exalta el amarillo charolado de los cientos de jaramagos que forman una túpida maleza serpenteando alrededor del patio. Dos ancianos caminan pesadamente y con la espalda encorbada, como a medio caer, no los conoces pero se paran cerca de ti. ¿Ves? Ahí es. Ahí enterraron a Mariano. ¡Pobre de él! Uno de ellos se agacha sobre la lápida que hay justo enfrente de él, en medio del patio central del cementerio donde confluyen las cuatro calles. ¿Puedes leerlo? ¿Lo pone? Sí. Si que lo pone, Mariano Arganda Díaz. Nacido el cuatro de Marzo del año del señor de mil novecientos quince. Fallecido el catorce de Abril del año del señor de mil novecientos noventa y ocho. Ese día llovió. Olía a musgo y como a lodazal. La lluvia limpió el terreno aquel día, aunque nunca sea agradable enterrar a nadie mientras llueve. Los mazacotes de tierra se desprendían del montón y caían al féretro que reposaba en el fondo del hoyo mientras el sacerdote, Don Emilio Llorente, pronunciaba las últimas palabras antes de echar reciamente otro mazacote de barro sobre el féretro. Por cuanto le plugo a Dios todopoderoso en su sabia providencia, separar de este mundo el alma de este hombre por tanto nosotros encomendamos su cuerpo a la tierra, tierra a tierra: ceniza a ceniza, polvo a polvo, con la esperanza segura y cierta de la resurrección a la vida eterna de todos los que durmieron en Jesús. Amén. Y seguía lloviendo mansamente y las gotas de agua restallaban sobre el terreno mojado, sobre el inmenso olmo, sobre sus ramas y sus hojas. Todo lo impregnaba de su monotonía, y entre las lúcidas palabras del sacerdote y el agua que caía del cielo, los invitados caian en un pesado trance de hiel. ¿Era tal vez la esencia de la muerte? ¿Aquello que llevas tú sintiendo y que aún no te abandona? Aquella noche no pude dormir pensando en cuándo sería yo. Encerrado en el féretro mientras la misa se oficiaba en mi memoria. ¡Qué triste que de la muerte solamente se acuerden los vivos! En fin, ya va siendo hora de irnos, ¿no te parece? Sí, ya es hora. ¡ay! Pobre Mariano. Tan concienzudo y tan buena persona, tan aplicado en su faena… ¡Siempre se van los mejores! Hoy no llueve, pero aquel día llovió mucho. Los dos ancianos siguen su camino hacia la puerta cruzando por debajo del olmo. Atraviesan el patio por el camino que les conduce al portón de forja. Uno sale por delante de otro y desaparece. Ahora ya estamos solos, nadie nos ve, nos levantamos del tosco banco y proseguimos hasta el final del camino, apoyada en la pared una lápida descansa a medio cincelar. Sobre el granito una palabra destaca en medio de la losa. Te dije que no creyeras que esta ciudad existe porque tú no serás enterrado aquí. Ni siquiera te enterrarán en este país. La luz penetra a duras fuerzas por entre el follaje, observas la lápida que descansa en el muro del cementerio, sólo una palabra se lee en la piedra, gravedad. Tus ojos se han cerrado ya, el pulso es tan inperceptible que no puedes ni mover un dedo, no hay fuerzas, un último velo de aire surge de tu boca, en él se va la vida, lo que eres y lo que no podrás llegar a ser, todo aquello que dejas atrás amontonado en tu memoria. No recuerdas nada, no hay fuerzas. Todo se apaga, no hay luz, todo se apaga porque todo se ha de apagar.

lunes, 14 de abril de 2008

The river-merchant's wife: A letter.

Deixe versió original: No he osat traduïr-ho, i les versions en castellà no convencen. Però, si algú ho demana posaré una traducció en Casellà prou bona:



Wile my hair was still cut straight across my forehead
I played about the front gate, pulling flowers.
You came by on bamboo stilts, playing horse,
You walked about my seat, playing with bue plums.
And we went on living in the village of Chokan:
Two small people, without dislike or suspiction.

At fourteen I married My Lord you.
I never laughed, being bashful.
Lowering my head, I looked at the wall.
Called to, a thousand times, I never looked back.

At fifteen I stopped scowling,
I desired my dust to be mingled with yours
Forever and forever and forever.
Why should I climb the look out?

At sixteen you departed,
You went into far Ku-To-Yen, by the river of swirling eddies,
And you have been gone five months.
The monkeys make sorrowful noise overhead.
You dragged your feet when you went out.
By the gate now, the moss is grown, the different mosses,
Too deep to clear them away!
The leaves fall early this autumn, in wind.
The paired butterflies are already yellow with August
Over the grass in the West garden;
They hurt me. I grow older.
If you are coming down through the narrows of the river Kiang,
Please let me know beforehand,
And I will come out to meet you
As far as Cho-fu-Sa.




Ezra Pound. Poems selected. Thom Gunn. Ed. Faber Poetry. London. ISBN 0-571-22677-9

martes, 1 de abril de 2008

El silencio como fenómeno poético

Guardo silencio desde hace tiempo: medito, sopeso, leo, escribo... pero desde un férreo mutismo. Creo que se ha llegado a un lleno absoluto en el foro de las letras; existen nuevas editoriales, una disonancia abrupta de voces diferentes (éspecialmente en poesía) y la conclusión siempre es el desorden como ley; o bien el ansia de la ruptura o bien la voluntad de pertenecer a una voz de tradición, pero como señalaba Luís Antonio de Villena: "La tradición -y ése es su gran riesgo y su gran lujo- aplasta a quienes la utilizan mal, o a quienes no tienen la suficiente personalidad, el suficiente talento para egotizarla", de ahí mucha precariedad no declarada en la poesía.

Mi decisión es ilógica en cuanto que la no-pertenencia es una actitud intrínsecamente paradójica, ya que el agruparme a la no-pertenencia me incluyo en el grupo de los no-pertenecientes. Es decir, mi silencio lleva una intención intrínseca vitalista en cuanto a búsqueda de una voz propia a través del silencio. También es cierto que el silencio es una forma de presencia y que mi opción artística es encontrar mi voz ante la orfandad de la que la poesía adolece. Si bien, bajo mi punto de vista, hoy en día no hay un hilo firme que conduzca a la voz original sino por imitación más que por emitatio, sin perspectivas claras ni rotundos desplantes a generaciones anteriores.

Cierto es que estamos en un ámbito posmoderno y que los límites se difuminan; se difuminan en el multidisciplinar panorama que hoy embarga todo ámbito de vida y, claro está, en todo ámbito artistico. Lo que en su día fue venerado por los mal llamados novísimos, los mass media como fenómeno social, se ha convertido en un puro mercantilismo que hace que toda corriente artística responda a un molde comercial más o menos estable. Decía John Cage (pionero del happening como performance) que el sistema engulle toda manifestación con una intención; domesticar el arte.

En este sentido, el texto debe rehuir la ezquizofrena del engullimiento, es decir, la voz poética ha de ser encontrada más como una fuerza centrípeta (que se vuelve introspectiva, necesita de la tensión) que como una fuerza centrífuga (que viene dominada del movimiento (mercantil, se entiende). De tal manera, lo que ahora está en la periferia, pasará a ocupar el centro. Y así será mientras que el conocimiento poético cruce toda una escala de valores previamente instaurado y que, a través de su negación llegue en su más pura expresión. Todo fenómeno de ruptura es un movimiento de adelantamiento, y así ha sido siempre: Cuando de la poesía social a la intimista, y de ahí al novisismo que rehusaba los altares posteriores al 27, y de ahí al experiencialismo y de ahí a nuestros días, donde no hay una estética dominante.

De aquellos movimientos nos quedan las reinterpretaciones que de la tradición se han dado pues toda vanguardia conlleva un nuevo sedimento de tradición, tal vez desauratizada, tal vez un tanto desmarcada. El fenómeno globalizador en el que vivimos ha fusionado géneros, ha borrado de un plumazo las categorías; y así, si bien antes se sabía lo que se perseguía (la exacerbada ostentación estilística novísima no era gratuíta), hoy en día todo es más borroso y de ello el sistema se nutre: más que de límites, nos vemos acotados por evanescencias nada claras. El reto pues, debe ser la ocupación del fenómeno poético y con él, consecuentemente, del camino ahora borrado.

lunes, 3 de marzo de 2008

CARTA EN LA TUMBA DE UN PERRO

El día que lo recogí de la cuneta de una carretera –ese día lluvía con una santa paciencia- él sólo era una bola húmeda de un pelo color canela. Sus dos ojos marrones se cerraban ante el cansancio de haber vagabundeado durante quién sabe cuantos días con sus noches. Ese día yo regresaba de tu casa, después de haber acudido tras una breve llamada en la que repetías nerviosamente que tenias que hablar conmigo. Me dijiste que todo había acabado, ya no sentías nada por mí. La imagen de la que te habías enamorado diez años antes, se había desvanecido con la cierta mano del día a día. De la pasión al amor, del amor al respeto, y de la confianza a la pura e inhabitada amistad entre un hombre y una mujer, amistad que sobrevino rutina desoladora en poco más de seis años. Ese día lo encontré, amblando errático por una cuneta cubierta de un agua que caía con una infinita paciencia.

Las primeras noches fueron difíciles para los dos. El perro solía comenzar a ladrar cuando yo dormía, y cuando no podía dormir pensando en ti, él solía roncar con el aplomo y, a la vez, ingravidez de un susurro de un bebé. Él huerfano de calor, yo de vida. De mi mitad sin ti y mi nuevo amigo. Una vez despierto, me tocaba hacer frente a un despropósito de meadas y cagadas circundantes a mi cama, y que el perro había ejercido ante la defensión de un justo testigo. Aprendí a recriminarle de vez en cuando, pero de mucho en mucho, me imponía una férrea disciplina que me hacía salir de casa y pasear mientras él, que iba siendo mi amigo y confidente, defecaba y orinaba en los largos paseos oxigenantes por la huerta.

Luego fueron pocas las noches en las que el perro se cagaba en casa, cada vez menos. Su cuerpo se iba adaptando a su nuevo medio, y yo, sin saberlo, también me estaba adaptando a otro nuevo medio. Vivir sin ti. Él ya dormía, y ahora éramos dos los que roncabamos tranquilamente en la misma cama en la que ya, a poco a poco, me iba olvidando más de ti. Parece estúpido decirlo, pero de vez en cuando le abrazaba en la cama y su calor me daba la tranquilidad de ser un poco más feliz.

Un día de Marzo, dos semanas después de haberlo recogido en la cuneta, decidí bautizarlo. Le puse Dandy por sus caminares errantes que nunca acabó de perder. Su silencio elocuente y, sobretodo, por su condición de vagabundo elegante que había visto sus primeros días en un errar por los caminos bajo la lluvia. Le puse Dandy también porque su feroz mirada milenaria denotaba inteligencia. Sobre los días, pues, comprendí que Dandy me ayudaba a no vivir en tu recuerdo. Esa noche yo me emborraché en casa tirando tus fotos, y él me miraba con cierta complicidad sutil. Y a poco a poco, día a día comenzamos a compartir más espacios y más tiempo. Solía hacerse un hueco en el sofá cuando yo veía la tele por las noches, al ser de un tamaño mediano, sus patas delgadas se adaptaban a los huecos que yo le dejaba en el sofá.

Pero Dandy ha muerto hoy, a los cuatro meses. Le ha atropellado un coche cuando salíamos de la huerta. El chico no lo ha visto y se lo ha llevado por delante. Creo que no ha sufrido, aunque sí es verdad que un atronador aullido ha sonado secamente en la noche. Yo he corrido los veinte metros que me separaban de mi amigo, y cuando he llegado a él ya no respiraba. Un hilo de sangre le salía por el borde del hocico que restallaba en mis rodillas. Dandy había muerto sin darse apenas cuenta. Sin embargo yo sé que mientras Dandy era golpeado por el coche, él ha girado el cuello, ya en el aire, y me ha mirado levemente, lo justo como para no volver a sentirse solo otra vez. Ya fue bastante una vez, cuando llovía con una santa paciencia que se sintió con toda la soledad de la muerte. Ahora él quería morir conmigo en sus pupilas. Mi presencia como un sello lacrado que ponía fin a una vida corta pero llena de sentido. Dandy me dio una nueva oportunidad para salir adelante después de ti.

Aquel día me dijiste que esperabas que yo pudiera llegar a ser feliz sin ti. Hoy te lo hago saber. Hoy soy un hombre felizmente infeliz, a la manera de aquello que Marguerite Duras repetía de ser un alcoholica que no bebe. He descubierto un perro que me ha dado la vida de la humildad y del respeto. He sabido compartir con él cosas que no me hubiera atrevido a compartir contigo. Las lágrimas y los lamentos, mi fracaso. Y él me ha dado apoyo con su simple presencia y compañía. Dandy ha muerto hoy, y me siento diez mil veces más solo que el día en el que tú me dejaste. Sí, hoy soy un hombre feliz porque ya no te voy a recordar. Mi vida ha cambiado.

Gracias Dandy, donde quieras que estés.

jueves, 28 de febrero de 2008

I

No hubo nada más, porque ella era
Un relámpago entre los cenagales.
y nosotros dirigíamos los pasos,
todos los pasos de la humanidad,
hacia una dirección equivocada.
Y ella lo sabía. Tenía la certeza
De que nuestras vidas no se inscribian
Entre aquellas amalgamas de basura,
Ni entre el sofocante calor,
Ni entre el clamor de una lluvia herida.
Tampoco era este nuestro mundo,
Ni siquiera era nuestro pecado original.
Y cuando estuve solo lo entendí,
La herida se abrió ya sin dolor, y entendí
Que nosotros ya estábamos
en un basto desierto de vida.

Y eso, ella lo sabía.

domingo, 24 de febrero de 2008

COLD IN HAND BLUES

A Alejandra Pizarnik.



Podrá ser que tus amaneceres
sean tan devastadores como los míos.
Parecidos al miedo suave que la oscuridad
Bautiza en tus ojos,
Agarrada a mi pecho inerme mientras duermes.

Y tal vez alguna tarde,
adormecida con la lluvia,
Te vea pasar
a través de mí.
Y yo te intente retener con estas manos
Apátridas que odian y aman casi al mismo tiempo;
Pero terminarás arrebatada de mí.

Tú te refugiarás en las palabras,
¡Hermoso criminal!
Que siempre miente,
Siempre lamenta,
Siempre juzga,

Y nunca olvida.

viernes, 22 de febrero de 2008

COLLAGE.

Si lees a Paul Celan te pierdes entre círculos concéntricos que te acechan,
Mejor ir a Coney Island de la mano de Gregory Corso,
y tratar de entender qué pudo haber sido lo que hizo a este océano decidir esta costa.
¿No crees –pregunta ella- que fueron nuestros ojos los que eligieron a este océano?
(El poeta escucha y nunca miente, tal vez se contradice y en ciertas ocasiones
hace gala de un marcado sentido irónico).
Un borracho que desciende la escalera de la taberna grita: ¡Viva!
-París –dice el poeta- es una cloaca, ¿te lo dije alguna vez? (Tú callas y me miras de frente con la nobleza istriónica de las grandes veladas).
-Una vez me sonrió una puta en Chàtelet les Halles, -aclara- era de madrugada, y sus dientes rumiados abarcaron mi existencia en aquella ciudad.
El poeta habla en una extraña sintaxis, y sus labios se deforman como los de un íncubo.
¡No podré dejar de odiarte, –exclama ella- háblame como los juglares!
-Pero es que mi vida no es gran cosa –te lo dije ya- y jamás podré
conocer el amor ni cantar sobre el amor.
La desidia le hace mirarla con ojos de deseo
mientras danza contorneando su delgado cuerpo de lado a lado sin escuchar los gritos del poeta:
-¡Yo no soy el príncipe Hamlet! ¡Estúpida!
-Déja de parafrasear poetas, eres demencial.
La noche se desmaya sobre el horizonte de la ciudad,
Entre las confusas luces del lugar y el humo de los cigarros
se precipita a un abismo en el que ya nadie le escucha.
-¿Te dije que te amo?
- Me dijiste tantas cosas que ya han perdido su valor.
En el tablado, una gitana de pelo ensortijado danza esotéricamente.
Como ajeno al mundo, el borracho se ha levantado de nuevo: -¡Viva la guerra!
-Los hombres y los perros lloran la muerte por las noches,
y esta guerra no ayuda a contener sus impulsos animales.
A través de la ventana ardía la luna en el cielo,
La gitana baila mirándola como si entre sus caderas
naciera un deseo que la hiciera esclava.
-Al menos –dice ella- serás como un barco perdido a la deriva en mi memoria.
Al salir de la taberna, dos marineros borrachos azotan el culo de una puta
Entre risas de arsénico y miradas extraviadas.
La puta se mueve entre los brazos de los marineros
como la Dafne de Bernini, y al mirar al poeta sólo acierta a decirle:
-Cómeme el coño y hazme tuya.
En la calle un perro delgado cruza siguiendo los pasos de ella,
Y un último calor recorre su cuerpo al ver cómo dobla la esquina.
-Diós –dice- ¿Qué fue de sus vidas?

viernes, 15 de febrero de 2008

FRAGMENTO III

Esta ciudad no existe. ¿Te lo han dicho alguna vez? Se dice que es real, todo el mundo lo dice. Pero ni las personas que pasan por la calle, ni los coches, ni los edificios grises, ni siquiera el cielo circunvalando es real aqui. El mundo no es lo que nos dicen que sea, nunca ha sido así. Existes tú, y todo lo demás está tan cerca de ti como los anillos de Saturno. Por mucho que las sensaciones se vayan acercando a ti, aunque ingenuamente pienses que la vida es el contacto con el mundo que tú puedas percibir, que es bien poco. A pesar de que sientas que la compleja maraña de sueños y elementos que te hacen sentir vivo se aproxima a ti, nunca llegarán a penetrarte… La certeza del abismo. Lo vas sabiendo y lo vas pensando mientras caminas calle abajo hacia tu casa. Las calles decoradas de adelfas dan una falsa apariencia de buen gusto medioambiental. Y sigues andando, cabizbajo y desatento, con una opresión en el pecho que te hace sentir vulnerable. Las personas te van a mirar como a un adorno más de la ciudad. Eres parte de ellos sin serlo. Eres totalmente prescindible. Nos decían que el futuro éramos nosotros, la juventud. Y sin embargo ya nos habian diseñado el camino antes de andarlo. Pasó el tiempo, sigue pasando, y todo lo que soñábamos cuando vivíamos nuestras propias vidas se vino abajo con la rapidez precisa y debastadora de un huracán. Esto del progreso es un agobio, te dices mientras miras un cartel publicitario. Al pasar el cementerio no hablas, pero sigues pensando. En los jardines de Diós no hay niños, sólo hay cruzes y almas muertas. El tranvía atraviesa la calle con un traqueteo ajetreante. La calle Zelivskeho es decrépita. Rodeada de edificios postcomunistas y de un gran cementerio atestado de gatos salvajes que merodean sobre las cruces de las tumbas. Te cuesta andar, sientes las rodillas desgastadas y el cuerpo destemplado. Cuando llegues a tu casa, después de haber despertado en el metro, sin recordar muy bien los detalles del viaje, vas a dormirte pensando en abandonar esta ciudad que nunca amaste. Hay muchos sitios donde uno se podria perder. Siempre quisiste ascender el Annapurna. Una de tus ideas románticas. La ascensión a la cumbre de la soledad. Como si en esta ciudad no te pudieses sentir suficientemente solo. En la inercia de la vida, algo tan abatible como una persona no deberia permitirse pensar en la soledad, ni en el miedo, ni en la muerte. Puesto que corre peligro de ser lúcido. Y eso se paga.

martes, 5 de febrero de 2008

FRAGMENTO II

El hombre abyecto y ausente que no puede dormir ha visto en la televisión un documental acerca de las serpientes venenosas de Oceanía. Descansa ahora en el sofá fumando un cigarrillo de hierba, atestado de pensamientos infructuosos e inconexos tras un día en blanco en la oficina. Ha sido un documental muy corto y con pocas narraciones. Algo aburrido salvo por las imágenes impactantes de las crótalos. A veces la serpiente miraba a la cámara con sus movimientos autómatas e imprevisibles. Te huelen el calor las hijas de puta. Te miran, te analizan, juzgan sus posibilidades y en función de ello atacan o se retiran, normalmente suelen atacar. Sobretodo las australianas. Su cuerpo repta colortierra surcando una huella única que las delata. Zas! La taipán del interior, o Oxyuranus microlepidotus es la serpiente más mortífera sobre la faz de la tierra. Su inoculación es setecientas veces más mortífera que la de la cobra. Su cuerpo canelado la hace muy atractiva a los ojos humanos, con una sola picadura tiene veneno suficiente para matar a cien hombres. Tiene una belleza erótica casi mística, vive en lugares inhabitados y desérticos. Sale al anochecer a tomarse un refresquito, sin violencia, la tia se cuida de que no haya malos rollos, pero una vez provocada, Zas! Adiós muy buenas. El hombre abyecto coge el papel de fumar, desgrana otro cogollo de hierba, mezcla un poco de tabaco. Deshilvánalo y mézclalo, así. Muy bien. Repasa en su mente lo que hace la taipán cuando alguien se mete donde no debiera. La hija puta, podría matar a cien personas como si nada. Extraño poder el de matar y sin embargo vivir en el desierto. Sonríe. Eso fustra a cualquiera. Como si a un mercenario le dieran trabajo en un parque de atracciones. No te jode. Cuidado, ahora repta, avanza. Se detiene. Su mirada fija es ilegible. Tan compleja que esconde hasta el menor ápice de su voracidad. Ris, ras, ris, ras, la serpiente repta a lo largo de la pantalla de la televisión. En africa hay otra serpiente llamada la mamba negra, conocida entre los elefantes como la “jodepatas veloz” porque es capaz de alcanzar los treinta kilometros hora reptando, y su picadura es una sentencia de muerte incluso para los elefantes, esos mamíferos obesos y patosos. Vuelve a sonreír. Los párpados se empiezan a entornar al poco de encender el segundo porro de marihuana, la visión se espesa y la ley de la gravedad comienza a jugar con su cabeza en forma de caídas libres momentaneas. Cuando menos se lo espera, zas! La cabeza cae y se detiene bruscamente. Movimiento rápido y seco, como el ataque de la Oxyuranus microlepidotus. Ese nombre… parece que la haya bautizado un sacerdote cachondo y algo ebrio. Pues yo te bautizo con el nombre de… pues es que no sé… A ver… Sí, ya lo tengo, ale. Yo te bautizo Oxyuranus microlepidotus. In nomine patri et filii et espiritu sancto bla, bla, bla. Las serpientes no comulgan, por eso Diós les puso veneno en las glándulas y las mandó a vivir a sitios ocultos. Pesa la noche en el cerebro. Hoy sí el sueño avanza sin descanso. Bonita paradoja. Cae rendido, estúpido. Sigue creyendo que la vida de las responsabilidades es el espacio reservado para los privilegiados. No escuches las corrientes que fluyen en tu interior, latentes. Aplómate. Vive y descansa.