UN LLENÇOL PER EMBRUTAR. Salvador Iborra Mallol.

UN LLENÇOL PER EMBRUTAR.  Salvador Iborra Mallol.
Sense dubte un dels millors llibres de poesía que he llegit, un pilar base en la emergent nova literatura catalana. Un homenatge per al lector.

LA MADONNA

LA MADONNA
Munch

martes, 24 de junio de 2008

MICRORRELATO DE TERROR.

Si te das la vuelta... me vas a ver.

domingo, 22 de junio de 2008

LA PALOMA MIGRATORIA

-Decidí hace muchos años ponerlo en el aparador sobre este pequeño pedestal de oro, lo labraron artesanalmente -señaló con su raquítico dedo índice las iniciales sobre el frontal del pedestal- aquí lo dice.

-Vaya -dijo él- es una labor escrupulosa. Este relieve parece estar inspirado en la acuarela de John James Audubon.

-A mi marido le encantaba esa acuarela, encargó él mismo el relieve cuando regresó de su expedición. Totalmente contradictorio, ¿verdad?

-Sí. Las palomas migratorias eran un tipo de aves que necesitaban la bandada para poderse aparear. A veces se reunían hasta millares de ellas.

-En cambio -dijo ella hirguiéndose- en la acuarela solamente hay dos ejemplares rozando sus picos en señal de amor. Nunca, creo yo, se ha dado esa estampa ¿no es cierto?

-Las pesquisas científicas así lo dicen.

-En efecto, lo he podido constatar a lo largo de los años a través de los diarios y numerosos cuadernos que mi marido me dejó antes de morir. Acompáñeme, se los mostraré.

La anciana abrió el camino a través de un pasillo estrecho que conducía desde el vestíbulo hasta un estudio que hacía las veces de antesala al jardín. Sobre toda la casa se empañaba un suave olor a abandono, y la ténue luz que traspasaba las cortinas dejaba un halo de intemporalidad gravitando entorno a la sala. Allí dentro, en la casa de la señora Dyssen nunca se sabía con certeza si la mañana era tarde o si la madrugada pertenecía al crepúsculo. El taxonomista seguía los pasos de la anciana maravillado por el decadente esplendor de aquella casa; todo el pasillo estaba repleto de gravados y acuarelas que representaban aves exóticas, algunos quirópteros y multitud de bandadadas inmortalizadas en pleno vuelo en un cielo extraño. Al pasar sobre el arco que separaba el pasillo del estudio, un enorme ventanal cambiaba radicalmente la iluminación de la casa. De repente uno pasaba de ser transportado en un hipnótico sueño a ser avocado a la más fría luz. El ventanal estaba asediado por inmensas hiedras que crecían en el jardín. Ya en él, se podia adivinar toda una espesura entrelazada por los arcos de madera que guiaban a través de un sendero estrecho hasta un estanque en donde se eclipsaba la visión. Era una luz verdosa y aséptica, lamentosa. En la pared de la izquierda del estudio, una enorme biblioteca repleta de manuales, diarios, legajos y dibujos desorganizados. Habría más de dos mil volúmenes, cada uno de un tamaño diferente y sin guardar aparente relación.

-Mi marido, en paz descanse, lo guardaba absolutamente todo. Cuando volvía de sus expediciones se encerraba aquí durante largas temporadas estudiando y repasando sus investigaciones. -La anciana se quedó conmovida observando el jardín tras el ventanal- Solía pasear en los meses calurosos por el jardín, tal vez meditando, tal vez abstraído. -se volvió- no siempre estaba aquí. Yo lo sé, paseaba y paseaba en su abstracción. Ahora, sin embargo, está asilvestrado, crece sin control. -hubo una breve pausa- Claro que entonces el jardín estaba mucho más cuidado, más hermoso. Conforme pasa el tiempo, mi temor hacia el jardín crece... Está descontrolado y yo ya soy muy mayor.

-Es agradable poder disfrutar de un jardín, señora Dyssen.

-Claro. Bueno, dígame señor Desmond, no habrá venido usted hasta mi casa para hablar de mi jardín ¿cierto? Supongo que un taxonomista está interesado en otros asuntos.

-Cierto, señora Dyssen. El director del Museo Nacional me ha hecho el encargo de pedirle prestado la muestra que hemos visto en su aparador del huevo de una paloma migratoria, que como usted sabrá es un ave extinta. Estamos organizando una exposición que esperamos tenga una repercusión internacional. Usted sabe que últimamente el museo no pasa por su mejor momento, desde el gobierno se nos insta a reorganizarnos para poder introducir el museo de geología dentro de nuestro edificio. Esto acarrearía una disminución sustancial de personal y, en nuestra opinión, desprestigiaría al propio museo.

-Entiendo... -la anciana encendió un cigarrillo mientras asentía afirmativamente-.

-Deben saber que un museo no es tansolo un espacio donde se exponen objetos curiosos. La idea es que un museo tiene que estar delimitado por su propio espacio. Un museo es un edificio, un templo del saber. Es como los teatros, la mayoría de los teatros son edificios independientes que representan un templo de la cultura. Ellos quieren amontonar objetos, creen que cuantos más mejor, pero las cosas no funcionan así. Pensamos que si usted nos cediese el huevo de la paloma migratoria podríamos realizar una exposición única, y ante la confluencia de público, el gobierno se daría cuenta de la importancia del museo.

-Entonces es cierto. Es un ejemplar único.

-Lo es, así parece.

- En ese caso -dijo la anciana- me temo que no se puede usted llevar el ejemplar de huevo. Como usted sabrá, es un objeto extremadamente frágil. No correré el riesgo de poder romper el trabajo de la vida de mi marido.

-Señora Dyssen, de todas maneras el museo estaría dispuesto a realizar las pruebas de identificación del huevo. Sabe que siempre ha habido imitadores, y no hay constancia de ningún otro ejemplar. Podemos cotejar las muestras de ADN con la de huesos fosilizados. Esto nos daría una idea bastante acertada sobre la verazidad del huevo que usted ha expuesto en su aparador.

-¿Duda usted?

-Hasta que no hay una demostración, efectivamente, siempre dudo. Y según me consta, su marido pensaría igual, ni que decir tiene que todas las grandes expediciones científicas que realizó tenían como objeto este fin, dilucidar la verdad.

-Mi marido no era un científico al uso. Como ya sabrá él nunca participó de ninguna expedición financiada por su museo ni por ningún otro. Todo lo que hizo fue trasladar su pasión hasta lo más íntimo de su vida. Todo lo invadió... - la señora Dyssen se sentó en una butaca de terciopelo rojo- como ha podido ver a lo largo de esta casa. Y para ello aprovechó la ingente fortuna que su padre le dejó en herencia, una herencia desmesurada para tan poca actitud al trabajo, bajo mi opinión.

-Usted tiene mucho de científica -inquirió el señor Desmond- ¿por qué si no conserva todos sus escritos, todas esas láminas y cuadros, incluso aquel huevo sobre el pedestal?

La señora Dyssen se quedó escrutando al señor Desmond como si la mirada pudiera penetrar en su alma a través de la penumbra que crecía ajena en el jardín.

-Porque sin todas esas cosas, mi vida es una sombra, señor Desmond. ¿ Acaso soy algo más que la proyección de su existencia? -se levantó- ¡Míreme! diga qué es lo que ve. Una aguacil del templo de mi marido. Una portera silenciosa, la perfecta ama de llaves que cualquier burgués quisiera tener en su salón.

-No diga eso, señora Dyssen.

-¡Lo digo! -se le acercó lentamente- lo digo porque me sobran años y tengo el derecho de decirlo. Al menos ahora ya sabe quién soy.

El señor Desmond de repente se vió envuelto por un aliento de incomodidad casi espectral, omnipresente. Con mucho cuidado bajó la mirada en forma de asención y se dispuso a darle las gracias por su tiempo a la señora Dyssen. Pero antes de hacerlo, una voz cavernosa y crepitante resonó en el hueco vacío del estudio.

-Ahora que le he robado su tiempo, puede llevárselo. No me pertenece a mí... ese maldito huevo hace que me vea en el espejo cada día para asegurarme de que sigo aquí. Y eso, eso es algo que nunca debería vivir nadie.

-Le prometo que le devolveré el ejemplar cuando termine la exposición, en cuestión de dos meses.

Y dos meses pasaron como un frío aliento de sombra. Las navidades de aquel año tuvieron las nevadas más copiosas de todo el país. Tres meses más tarde, ya en el albor de la primavera, la comarca se hizo tristemente famosa por las inundaciones que tuvieron lugar por el deshielo de los valles. La exposición, no obstante, había sido un éxito, y el museo finalmente conservó su prestigio y su espacio. Desmond había insistido en cotejar el ADN del huevo con el de un resto fósil del ejemplar de paloma migratoria, ya extinto, que había en el museo. No fue necesario, antes de raspar la corteza un fino polvo se desprendió dando la prueba fundamental de la falsedad del huevo. Era una simple copia, bien hecha, pero una copia al fin y al cabo. Aun así la expusieron por su enorme verosimilitud. Desmond no fue capaz de hacerle saber la noticia ni siquiera una vez devuelto el ejemplar.

Por lo visto tampoco fue necesario: una mañana de Julio, mientras el flamante taxonomista iba camino del museo, leyó la triste noticia. La Señora Dyssen, viuda del expedicionario Roland Dyssen, con ochenta y siete años de edad, había fallecido en su casa palaciega la madrugada anterior de un ataque al corazón. Se había ido, irónicamente con la soledad de la última paloma migratoria, cubierta de silencio. Cuando la encontraron vieron que en su mano derecha habían restos de una fino polvo, y cascaras de arcillas en el suelo de su dormitorio. Su rostro no mostraba un rictus mortis al uso, sus facciones tensas mostraban, no obstante, una enorme, una sarcástica sonrisa que escondía quién sabe qué secretos.

martes, 3 de junio de 2008

DESPEDIDA.





Ens vindran al cap breus paraules convencionals, cóm estàs? Què tal la vida? si anys després ens retrobem. No hi pot haver final més trist si aquest representa un home i una dona que s'estimen i mai més no s'han de veure, i un dels dos no ho sap. Però potser sí que ens hi veurem en altres circumstàncies, en altres carrers. Tal vegada ja no et miraré amb la condescendència de qui sap que tot s'ha d'acabar i llavors la meva experiència de la vida ja no serà cap ofensa a la teva innocència. La meua crueldat s'haurà domesticat i esdevindrà una reflexió agònica d'un record llunyà. Certament, aquestes mans que sovint l'han abraçada ja no tindran el pols ferm que ara la soterren en algun viarany de la memòria. Fermesa per a no patir.

Pense que et veuré, amiga, com la identitat d'un paisatge redescobert. No t'abraçaré, ni t'enumeraré les nits que no hauré pogut evitar anomenar-te. De vegades aquests secrets que t'he amagat, ens fan lliures,- La llibertat d'un pati d'una penitenciaria, en el que el sol està lluny, però està-. Ja no et diré que esperes perquè t'he sabut cantar. He aprés de tu moltes coses: a estimar-te i a trobar-te a faltar; malauradament també t'he sabut fer mal. Vaig prometre't moltes coses, d'entre elles no ferir-te mai, i aquesta és la única promesa que no he acomplit. Ens fem majors, cert, amiga, i quant més patim menys somniem: aquest és el preu.

De tu ja no vull enrecordar-me, malgrat que me n'hauré de recordar. De moment no, sols de moment, trista treva dels covards. Si d'alguna cosa m'he de penedir, jo la sabré en el seu moment, però ningú més no ho sabrà. Potser em veureu trist i decadent --decadent, sí-, perduda la vista en el darrer instant que vaig aprofitar veient-la dormir amb la pau d'un innocent traït. Dia a dia vaig creixent irremeiablement sòl, em vénen imatges de temps millors, aquells temps en els que jo era un més dels feliços enganyats i en els que reservàvem la tristesa per a l'escriptura, però la tristesa és com un au d'aigua, que s'esmuny fins a les entranyes de la vida. Si, tal vegada li diré que ho sent, si alguna vegada ens retrobem, amor meu, i riurem d'aquesta tristesa determinativa. No voldré parlar del passat, i tan mateix, serà el passat el que m'haurà dut al teu encontre. Voldré enganyar-me, disculpa'm, pensant que encara quedarà algun mot d'afecte al teu cor cap a mi. Seguiré sent, doncs, una bèstia. Una bèstia vella amb les mans cansades d'empresonar el teu record.