UN LLENÇOL PER EMBRUTAR. Salvador Iborra Mallol.

UN LLENÇOL PER EMBRUTAR.  Salvador Iborra Mallol.
Sense dubte un dels millors llibres de poesía que he llegit, un pilar base en la emergent nova literatura catalana. Un homenatge per al lector.

LA MADONNA

LA MADONNA
Munch

lunes, 3 de marzo de 2008

CARTA EN LA TUMBA DE UN PERRO

El día que lo recogí de la cuneta de una carretera –ese día lluvía con una santa paciencia- él sólo era una bola húmeda de un pelo color canela. Sus dos ojos marrones se cerraban ante el cansancio de haber vagabundeado durante quién sabe cuantos días con sus noches. Ese día yo regresaba de tu casa, después de haber acudido tras una breve llamada en la que repetías nerviosamente que tenias que hablar conmigo. Me dijiste que todo había acabado, ya no sentías nada por mí. La imagen de la que te habías enamorado diez años antes, se había desvanecido con la cierta mano del día a día. De la pasión al amor, del amor al respeto, y de la confianza a la pura e inhabitada amistad entre un hombre y una mujer, amistad que sobrevino rutina desoladora en poco más de seis años. Ese día lo encontré, amblando errático por una cuneta cubierta de un agua que caía con una infinita paciencia.

Las primeras noches fueron difíciles para los dos. El perro solía comenzar a ladrar cuando yo dormía, y cuando no podía dormir pensando en ti, él solía roncar con el aplomo y, a la vez, ingravidez de un susurro de un bebé. Él huerfano de calor, yo de vida. De mi mitad sin ti y mi nuevo amigo. Una vez despierto, me tocaba hacer frente a un despropósito de meadas y cagadas circundantes a mi cama, y que el perro había ejercido ante la defensión de un justo testigo. Aprendí a recriminarle de vez en cuando, pero de mucho en mucho, me imponía una férrea disciplina que me hacía salir de casa y pasear mientras él, que iba siendo mi amigo y confidente, defecaba y orinaba en los largos paseos oxigenantes por la huerta.

Luego fueron pocas las noches en las que el perro se cagaba en casa, cada vez menos. Su cuerpo se iba adaptando a su nuevo medio, y yo, sin saberlo, también me estaba adaptando a otro nuevo medio. Vivir sin ti. Él ya dormía, y ahora éramos dos los que roncabamos tranquilamente en la misma cama en la que ya, a poco a poco, me iba olvidando más de ti. Parece estúpido decirlo, pero de vez en cuando le abrazaba en la cama y su calor me daba la tranquilidad de ser un poco más feliz.

Un día de Marzo, dos semanas después de haberlo recogido en la cuneta, decidí bautizarlo. Le puse Dandy por sus caminares errantes que nunca acabó de perder. Su silencio elocuente y, sobretodo, por su condición de vagabundo elegante que había visto sus primeros días en un errar por los caminos bajo la lluvia. Le puse Dandy también porque su feroz mirada milenaria denotaba inteligencia. Sobre los días, pues, comprendí que Dandy me ayudaba a no vivir en tu recuerdo. Esa noche yo me emborraché en casa tirando tus fotos, y él me miraba con cierta complicidad sutil. Y a poco a poco, día a día comenzamos a compartir más espacios y más tiempo. Solía hacerse un hueco en el sofá cuando yo veía la tele por las noches, al ser de un tamaño mediano, sus patas delgadas se adaptaban a los huecos que yo le dejaba en el sofá.

Pero Dandy ha muerto hoy, a los cuatro meses. Le ha atropellado un coche cuando salíamos de la huerta. El chico no lo ha visto y se lo ha llevado por delante. Creo que no ha sufrido, aunque sí es verdad que un atronador aullido ha sonado secamente en la noche. Yo he corrido los veinte metros que me separaban de mi amigo, y cuando he llegado a él ya no respiraba. Un hilo de sangre le salía por el borde del hocico que restallaba en mis rodillas. Dandy había muerto sin darse apenas cuenta. Sin embargo yo sé que mientras Dandy era golpeado por el coche, él ha girado el cuello, ya en el aire, y me ha mirado levemente, lo justo como para no volver a sentirse solo otra vez. Ya fue bastante una vez, cuando llovía con una santa paciencia que se sintió con toda la soledad de la muerte. Ahora él quería morir conmigo en sus pupilas. Mi presencia como un sello lacrado que ponía fin a una vida corta pero llena de sentido. Dandy me dio una nueva oportunidad para salir adelante después de ti.

Aquel día me dijiste que esperabas que yo pudiera llegar a ser feliz sin ti. Hoy te lo hago saber. Hoy soy un hombre felizmente infeliz, a la manera de aquello que Marguerite Duras repetía de ser un alcoholica que no bebe. He descubierto un perro que me ha dado la vida de la humildad y del respeto. He sabido compartir con él cosas que no me hubiera atrevido a compartir contigo. Las lágrimas y los lamentos, mi fracaso. Y él me ha dado apoyo con su simple presencia y compañía. Dandy ha muerto hoy, y me siento diez mil veces más solo que el día en el que tú me dejaste. Sí, hoy soy un hombre feliz porque ya no te voy a recordar. Mi vida ha cambiado.

Gracias Dandy, donde quieras que estés.