UN LLENÇOL PER EMBRUTAR. Salvador Iborra Mallol.

UN LLENÇOL PER EMBRUTAR.  Salvador Iborra Mallol.
Sense dubte un dels millors llibres de poesía que he llegit, un pilar base en la emergent nova literatura catalana. Un homenatge per al lector.

LA MADONNA

LA MADONNA
Munch

miércoles, 18 de noviembre de 2009

FRAGMENTO XIV

Digamos que nada existe más allá de esta página en blanco. Y pongamos por caso que dicha página en blanco entra a formar parte, cautivadora, de una espiral reptante y refractaria de tu memoria. Pensemos pues, y presten atención, que todos los paisajes se han visto ya en esta página: desde las angostas cuevas de Dushanbe hasta los fondos oceánicos del mar de Amundsen, partiendo de los bosques australes de Siberia y recorriendo la estepa, el inmenso llano, hasta divisar la bahía de Bengala. Nada ni nadie es externo a dicha espiral traicionera que se ensancha ad infinitum y toma nuevas dimensiones –tiempo, espacio y subjetividad-. Digamos que todo lo debora y que su hambre es ingente, incomprensible a nuestros ojos y a nuestro sistema decimal. Pensemos que incluso entra hasta el fondo de nuestros cuerpos y de nuestras almas hasta convertir el binomio en un puñado de cenizas derrotadas. Pensemos, pues, que ello es el mundo y que en ese mundo transcurre tu vida. Pensemos que tienes trabajo, casa, responsabilidades, opiniones y ganas de fiesta, pensemos que tienes drogas, tienes ansias y preocupaciones, un Audi A3, televisión de plasma y un lavavajillas de última generación. Que tienes sentimientos, aciertos y errores. Y que vives y, tarde o temprano, vas a morir.

Entras, pues, en la feria del libro de tu ciudad. Frente a los valladares del jardín se han instalado casetas de diferentes editoriales y todos los tenderos exhiben libros conocidos y exitosos. También hay joyas antiguas: Incunables, primeras ediciones y rarezas. Matrimonios felices pasean con sus hijos en un fluir de miradas curiosas más que interesadas. Optas por dirigirte hacia una de las casetas en donde se exponen libros espirituales. Casi automáticamente coges uno de los libros que hay a tu alcance, lo abres y fijas la vista preparado para leer: El primer principio: la naturaleza de la existencia. La brisa de la tarde mueve las copas de los abetos tras las casetas mientras un perro ladra junto a la carpa, al fondo del camino, donde tiene lugar una mesa redonda. La existencia percibida y experimentada como un estado transitorio imperfecto, donde confluyen dolores y angustias. ¿Oyes la voz que te retrata desde las páginas del libro? Una voz que se ensoberbece como eje central de la espiral que debasta y crece atravesando tu conciencia.

Imaginemos ahora que no solo esta voz, sino otras voces del mundo se aúnan y claman con diferentes tonos: condescendencia, deferencia, , cinismo, amistad, trueques:

“Joer, la verdad es que no lo haces mal del todo –condescendencia-. No se si triunfarás o qué pero una cosa es segura, tienes garra –deferencia-. Las chavalas te mirarán de otra manera si leen estas paparruchaditas tuyas ¿lo haces por eso, verdad? –. Vamos, granuja! Te he pillao ¿no? Bueno, si todos lo sabemos aquí en la feria. ¡no pasa nada!. Y ya sabes eso que dicen por aquí, ¿no? A mal tiempo buena cara, que en el fondo te queremos y lo sabes dentro de ti, ¿a que sí chicarrón? –amistad-. Así que venga, deja de liar al respetable con tantas descripciones inconexas y adjetivos trascendentes, referencias al budismo y paparruchas exóticas. ¡hombre – je, je- que no estamos para esto ahora! además, te lo digo de todo corasón –guiño-. Mira machote, ahora que estamos solos, de hombre a hombre, si lo haces cojonudo, es decir, con unos personajes más trabajaditos, un espacio entendible y sigues las reglas que todos conocemos, yo apuesto por ti, ¡vamos, que te leo y todo, cojones! –trueque.

El segundo principio: la naturaleza de la causación. Hay que comprenderse uno mismo de una manera tenaz. Profanar nuestra propia conciencia haciendo un ejercicio de arqueología agresiva y entender la extensión de tus actos y de tus ideas.

Decides no parar, y sigues adelante hasta cruzar el camino de tierra que divide las dos hileras de valladares. Divisas la carpa al final del camino y percibes movimientos de ida y vuelta a sus alrededores. La tarde sigue evadiéndose conforme sigues con tu camino cierto hacia la carpa. Al llegar descubres un cartel de escritores que se disponen a dar una charla llamada El centro y las afueras en el canon literario. Al entrar ves que no hay más de medio aforo, unos cuantos focos situados a los laterales de la tribuna alumbran los rostros serios de un par de críticos literarios, tres escritores y un periodista. Allí te sientas, en la penúltima fila, dispuesto a escuchar los criterios literarios de seis desconocidos mientras un grupo de jóvenes toman nota de cada nuevo argumento de los invitados.

La extinción de los deseos materiales, eso que en Oriente se conoce como el nirvana, y cuyo máximo estado de conciencia disuelve lazos y corrientes herrumbrosas del pensamiento, jamás llegaría a ti durante esa tarde sentado en la butaca de la carpa en la feria del libro, junto a los valladares. Nada puede despertarnos de nosotros mismos. Y su número fue lo único que supiste marcar en tu teléfono mientras ella volvía a su casa por la avenida, fuertemente agarrada de la mano de alguien. Lo supiste luego, y qué más da. Cenestésico con tus personajes, en la carpa, deborabas la idea de una “novelucha” que planeabas escribir.

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